AUSCHWITZ,
70 AÑOS DESPUÉS
Bajo
un cielo plomizo y gris amenazando lluvia que parecía un presagio de la negra
historia que íbamos a revivir poco después, hace tres años tuve oportunidad de
visitar los campos de exterminio nazi de Auschwitz (Oswiecim) situados a 43
kilómetros al O. de Cracovia en Polonia.
Este
fue el complejo más importante de campos de exterminio diseñado para llevar a
cabo la “solución final” ideada por Hitler, Himmler y Heydrich cuyo objetivo
primordial era hacer desaparecer a los judíos de la faz de Europa. Se compone de
un conjunto de tres campos (Konzentrazionen Lager): Auschwitz I, Auschwitz II –
Birkenau y Auschwitz – IGFarben, este último un campo de trabajo del consorcio
químico de este nombre que formaban por entonces las empresas: Bayer, Hoescht y
Basf, firmas que mantienen su actividad empresarial hoy día.
De los tres campos, el de Birkenau, que dista
unos tres kilómetros de Auschwitz I, fue el centro principal del genocidio que
los nazis llevaron a cabo contra la población judía de distintas procedencias: Bélgica,
Holanda, Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Italia, Francia, Grecia y
otros países de Europa así como del asesinato de prisioneros de guerra,
gitanos, homosexuales y adversarios políticos de los nazis. En sus 500
hectáreas de superficie (un rectángulo de 2,5 x 2 km) murieron fusilados, por
enfermedad o en las cámaras de gas 1.100.000 prisioneros la mayoría de los
cuáles, alrededor de un millón, eran judíos. Es decir una gran parte de los 6
millones de semitas que se estima perecieron en el Holocausto.
La
visita transcurre con un alto grado de circunspección por parte de los
asistentes, que no dan crédito a la barbarie que, desde mayo de 1940 en que fue
inaugurado, hasta el 27 de enero de 1945 fecha de su liberación por el ejército
soviético, tuvo lugar en este campo de exterminio y que revela el alto grado de
crueldad y de abyección que puede llegar a alcanzar el ser humano. Por el
complejo pasaron un total de 1,3 millones de prisioneros. Algunos de ellos
fueron trasladados a otros campos. Cuando fue liberado, en Auschwitz sólo
quedaban 7.600 internos. A lo largo de su existencia de los 700 internados que
lo intentaron nada más que 300 lograron huir de aquel infierno.
Durante
las más de cuatro horas que duró la visita reviví el horror que debió acontecer
en aquellos desolados y fríos parajes del sur de Polonia. Las vejaciones,
maltratos, hambre, enfermedades, trabajos forzados, sufrimientos y muerte que
más de un millón de personas de toda clase y condición padecieron a manos de
los prepotentes y criminales nazis de las SS, capaces de infligir a unos seres
desvalidos toda clase de escarnios, agresiones y por fin la muerte más cruel
por gaseamiento.
En
cuatro cámaras de gas con capacidad para 2.500 personas cada una, atiborradas
con el producto químico Zyclon B (ácido prúsico), un insecticida que en
contacto con el aire producía un gas letal: cianuro de hidrógeno (HCN)
perdieron la vida más de un millón de seres humanos, introducidos en ellas
previo engaño de que iban a ser duchados y despiojados.
Consumado
el asesinato los cadáveres eran incinerados en hornos crematorios y las cenizas
arrojadas al río Sola, que discurre en las inmediaciones. En ocasiones la
corriente del río era incapaz de arrastrar las cenizas dada su ingente
cantidad.
Todo
el sufrimiento que la mente humana pueda imaginar está contenido en Auschwitz y
la expresión en los rostros de los visitantes revela que casi todos lloran por
dentro y muchos por fuera ante la contemplación de tanta atrocidad.
Por
fortuna otros judíos han retornado a Auschwitz en nuevos tiempos después del
Holocausto. Jóvenes generaciones hebreas bajo las banderas israelitas y al son
de la Hatikva (el himno nacional de
Israel) visitan el campo de exterminio para rendir homenaje a las víctimas y
rezar por ellas. Es impresionante contemplar a estos nuevos judíos en los que
no se atisba el odio, sino las ansias de paz.
Hoy
día Auschwitz ha quedado como un símbolo y un aviso a navegantes para que estas
brutalidades no vuelvan a cometerse. La frase “Aquellos pueblos que olvidan su
historia están condenados a repetirla” grabada en uno de sus barracones, no
debería dejar de estar presente en la mente de gobernantes y gobernados. Para
que semejantes atrocidades no vuelvan a tener lugar en ninguna parte del mundo.
Nunca más. ¿Será posible conseguirlo?
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