REFUGIADOS
En
Siria, Irak o Afganistán países afectados por guerras internas, un ingente número de hombres, mujeres y niños
se ven compelidos a abandonar sus lugares de residencia como único medio de
salvar sus vidas, aunque en su huida den por perdidas sus haciendas.
Su
objetivo es llegar a Europa, especialmente a los países más desarrollados
dentro de ella: Alemania, Francia, Países Nórdicos, Reino Unido en donde
esperan poder rehacer sus vidas y encontrar una estabilidad personal y familiar
de la que ahora carecen. Huyen desesperadamente porque la alternativa que les
espera si permanecen en sus territorios es una muerte casi segura.
Abandonados
a su suerte, desamparados, recibiendo atenciones muy precarias del ACNUR y de
algunas ONGs como Médicos sin Fronteras, deambulan por las divisorias de países
europeos como Macedonia, Serbia o Hungría, al acecho de un medio de transporte,
que nunca llega, que les lleve a unas naciones de la vieja Europa, con
costumbres muy distintas de las suyas, en las que esperan alcanzar una vida
mejor.
Su
sufrimiento es patente y la sola visión de las caras de angustia y temor de los
menores da idea de las penurias por las que están pasando en su obligada
diáspora en búsqueda de una estabilidad de la que ahora carecen. No han elegido
ellos esta situación, estaban en sus lares bien tranquilos, pero guerras
fratricidas les obligan al exilio.
En
esta época del año padecen cansancio, hambre, sed y calor pero no quiero pensar
lo que puede suceder cuando el invierno riguroso aparezca en estos territorios
por los que ahora se mueven. No aguantarán las bajas temperaturas que en poco
tiempo se instalarán en Centroeuropa.
En
todo este maremágnum las mafias, que campan a sus anchas, se aprovechan de
estas pobres gentes, haciendo realidad la frase acuñada por Plauto e
incardinada en las teorías filosóficas por Hobbes de que “lupus est homo
homini” “el hombre es un lobo para el hombre” En una autopista austríaca,
encerrados en un camión frigorífico, han encontrado setenta y un cadáveres de
personas refugiadas fallecidas por asfixia en su hacinamiento y abandonadas por
estos delincuentes que comercian con la necesidad y las vidas ajenas.
Los
países de Europa se muestran renuentes a acoger este elevado número de personas,
pero los principios democráticos y el nivel de desarrollo que disfrutamos nos
obligan a tomar posición y a tratar de mejorar las condiciones de vida de estos
refugiados. Para eso hemos suscrito la Declaración Universal de Derechos
Humanos, que además de para hacerse la foto los políticos, exige unos deberes a
las naciones firmantes que hay que cumplir.
Por
eso los europeos hemos de dar ejemplo y proceder a la acogida de estos seres
desvalidos, de modo que se haga un reparto equitativo entre las diferentes
naciones, para tratar de paliar en todo lo posible el sufrimiento y las
penurias que soportan y procurarles un nuevo hogar, en el que ellos darán lo
mejor de sí mismos para contribuir a mejorar con su trabajo esos países
receptores.
Contra
estos éxodos masivos no vale poner vallas con concertinas porque al final
siempre las superan aunque les cueste la vida a muchos de ellos. La vida no vale nada, si en tu país de origen
te espera la muerte.
Por
eso es mejor tomar conciencia del problema, intentar atajarlo en los países
afectados evitando los conflictos armados y como complemento facilitar inversiones en
ellos que fijen allí las poblaciones y eviten las huidas masivas.
Pero
en la situación actual no parece que existan soluciones mágicas para evitar
estos exilios de guerra. Sólo la solidaridad podrá solucionar este gravísimo
problema. Si tratamos de aplicar criterios exclusivamente economicistas
estaremos equivocados. El marear la perdiz como estamos haciendo los europeos
sólo conduce al descrédito de nuestros países que no se están mostrando a la
altura de las circunstancias como sería lo exigible.