sábado, 17 de enero de 2015

LIBERTAD Y SEGURIDAD

La libertad es uno de los valores fundamentales que permite la existencia de la democracia. Libertad de voto para decidir quién nos gobierna, libertad de pensamiento y de expresión del mismo, libertad de manifestación y de reunión, libertad de practicar o no una determinada religión. La libertad es además un valor consustancial con el ser humano. Y por eso ha de preservarse a toda costa.

La libertad de un individuo ha de tener como único límite su posible colisión con la libertad de otros individuos. Y esto en las sociedades modernas basadas en principios democráticos está regulado en los códigos civiles o penales. Un individuo es libre de hacer todo aquello que no esté penado por las leyes reflejadas en los códigos. Y esas leyes han de ser redactadas y promulgadas por los poderes legislativos elegidos democráticamente por los ciudadanos.

Pero al lado de nuestros modos de vida, digamos occidentales, coexisten otros tipos de sociedad en las cuales el desarrollo democrático está muy restringido o no se da, las cuáles se regulan por otro tipo de principios. Fundamentalmente son normas de carácter religioso que rigen sociedades poco evolucionadas, que transitan ahora por la senda por la que lo hicieron las sociedades democráticas hace muchos años. En ellas se dan extremismos religiosos y guerras santas, que también las hubo en tiempos pretéritos, afortunadamente ya superados, en nuestras sociedades occidentales. Recuérdense nuestras cruzadas y guerras de religión de hace siglos.

Los problemas surgen cuando se intenta tratar con criterios democráticos de las sociedades occidentales, libertad de expresión por ejemplo, a personajes o manifestaciones religiosas de otras sociedades que no tienen interiorizada esa libertad de manifestación de las ideas y, entonces, surge el conflicto. Extremistas de esas sociedades se toman la justicia por su mano, en defensa de unos principios o líderes que ellos consideran intocables y se producen tragedias tan incomprensibles como la matanza de la revista satírica Charlie Hebdo en la que la equidad en la represión de la ofensa ha brillado por su ausencia. Para cualquier persona razonable la sátira irreverente de la figura de un líder religioso no puede castigarse con la muerte.

Hay una segunda derivada y es que personas procedentes de esas sociedades poco evolucionadas democráticamente, emigran para vivir en las sociedades occidentales y muchas veces el proceso de adaptación a las normas por la que se rige la democracia no es el adecuado. Núcleos de esos individuos mantienen su fanatismo religioso y reaccionan de un modo irracional contra cualquier tipo de pretendida ofensa a sus creencias. Sigue siendo el caso de los asesinatos de la revista Charlie Hebdo perpetrados por terroristas de nacimiento y nacionalidad francesa pero de formación islámica y fanáticos de la religión de Mahoma.

Habría que buscar puntos de encuentro para resolver el problema. Las sociedades más avanzadas tendrían que dar ejemplo respetando los símbolos y creencias de esas otras sociedades en desarrollo, aunque tuvieran que atemperar un poco, en estos casos, la libertad de expresión que no debería sobrepasar ciertos límites.

La segunda gran línea de actuación sería el integrar mejor a los emigrantes de esas sociedades más atrasadas en las sociedades desarrolladas haciéndoles ver y convenciéndoles de la bondad de los principios democráticos para resolver las controversias entre ciudadanos y respetando siempre sus ideas sin tratar de imponerles las nuestras.

La tercera vía sería intentar acuerdos de entendimiento entre sociedades distintas. ¿La alianza de civilizaciones? Aquí el asunto es más complejo pues hay intereses al medio, fundamentalmente de tipo económico, de casta o de ostentación del poder que pueden interferir en el propósito.

Mientras se consiguen estos objetivos ha de mejorarse la seguridad de las sociedades democráticas, pero sin menoscabar la libertad principio básico de las mismas. La mejora en la seguridad no debe hacerse a costa de disminuir niveles de libertad ni individual ni colectiva. Por eso hay que ser muy escrupuloso en el diseño de los mecanismos de control. Episodios como los vividos en Francia suelen ser aprovechados por políticos poco democráticos para llevar el agua a su molino, legislando en caliente. Por ejemplo alguno de los que nos gobiernan hoy en España que, tras la innecesaria ley mordaza, pretenden seguir recortando derechos y libertades ciudadanas bajo el paraguas de este triste episodio.

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