JUBILACIONES Y SECTARISMO POLÍTICO EN LA ADMINISTRACIÓN
En
la sanidad pública dependiente de la Comunidad de Madrid, y también en otras
autonomías, se están produciendo jubilaciones forzosas de destacados
especialistas médicos, al cumplir la edad de 65 años, al denegárseles por parte
de la Consejería correspondiente la solicitud de prórroga en la prestación del
servicio hasta los 70 años.
Cuando
se bucea un poco en el fenómeno se constata que la denegación de la continuidad
en el servicio hasta esos 70 años, conocida en el argot funcionarial como
“reenganche”, se hace de modo discrecional y en la mayoría de las ocasiones
afecta a médicos que son críticos con el “stablishment” o que pertenecen a
asociaciones o “mareas” opuestas a la
gestión actual de la sanidad pública.
Para nada se tiene en cuenta la
categoría profesional, la experiencia, la formación ni el “curriculum vitae” de
los afectados, ni se valora el perjuicio que puede causarse a la sanidad
pública al prescindir de personas de alta cualificación que son una red de
seguridad para los pacientes. Les importa un bledo todo esto y sólo se mueven
por el sectarismo político.
Hoy
día un profesional de la administración pública de 65 años de edad, dada la
esperanza de vida, le restarían al menos 15 años de teórico posible ejercicio
profesional, por lo que parece que prolongar su trabajo durante 5 años más no
es ningún disparate. Siempre que sus condiciones físicas y mentales sean las
normales. Cosa que ocurre en la práctica totalidad de aquellos que solicitan la
prórroga.
Por
otro lado resulta evidente que los profesionales maduros han de dejar paso a
los jóvenes. 70 años puede ser una edad apropiada para retirarse. En este
planteamiento no se debe perder de vista que los veteranos pueden colaborar y
de hecho lo hacen a la formación de los más jóvenes transmitiéndoles su
experiencia y conocimientos de modo que se vaya produciendo un relevo tranquilo
y sosegado. Este modo de actuar sería lo sensato y razonable.
Pero,
desgraciadamente, el sectarismo político se extiende a todas las
administraciones y se produce, casi siempre, de un modo lacerante e injusto.
Conozco
el caso, acontecido en una administración autonómica, de un profesional con
cerca de 40 años de experiencia y un extenso “curriculum” de trabajos en las
administraciones públicas, que había ocupado puestos de gestión de alta responsabilidad
durante el mandato de un determinado partido político, sin que siquiera fuera
militante del mismo y al que se le había concedido hacía poco tiempo el llamado
“reenganche”.
Al
llegar al poder un nuevo partido fue destituido de su cargo, cosa hasta cierto
punto lógica dada la alternancia de poderes y las costumbres del lugar. No
contentos con esto le despojaron, en una normativa de castigo que afectó a
otros muchos profesionales de alta cualificación, de todos los complementos que
tenía consolidados y enviado a un puesto base, sin ninguna contemplación ni la
más mínima consideración de sus méritos y habilidades.
El
resultado fue que ante semejante ataque, el funcionario se vio en la tesitura
de solicitar su jubilación voluntaria a la que se vio compelido, pese a que
sólo había transcurrido un año y medio de “reenganche”. Su remuneración de
jubilado resultaba ligeramente superior a la que percibiría en el puesto base y
además se ahorraba el desplazamiento diario a su trabajo, ya que residía en
otra ciudad.
Me
contó el afectado que solamente tuvo una inmensa alegría en todo este proceso. Durante el
aproximadamente año y medio que duró el calvario, los funcionarios del servicio
al que fue enviado una vez cesado en su puesto directivo, no dejaron de
considerarle como una referencia y de consultarle muchas de sus dudas. Fue su
única compensación.
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