LA SOLEDAD DEL JUEZ CASTRO
Siempre
he sentido respeto por los profesionales honestos y dignos, que ejercen su
oficio con rigor y seriedad y que no admiten componendas ni chanchullos.
El
juez Castro me parece uno de ellos. Él está a lo suyo, o sea a cumplir con su
obligación de aplicar las leyes con equidad e igualdad, para que en este
desastre en que han convertido a España unos cuantos irresponsables y corruptos,
podamos vislumbrar algo de dignidad y de esperanza.
Como
era previsible, los poderes fácticos que manejan el país y sus medios de
comunicación adictos, están tratando de ponérselo lo más difícil posible al
juez por la imputación que ha hecho a una infanta de España. ¡A quién se le ocurre
imputar a una infanta¡ Los núcleos de poder consideran que una infanta está por
encima del bien y del mal, y no puede ser imputada y mucho menos sometida a
juicio oral, porque pertenece, como ellos, a una casta de privilegiados. La
casta real ha proporcionado a España personajes tan insignemente nefastos como
Isabel II y Fernando VII entre otros y lleva en el machito viviendo del
presupuesto desde principios del siglo XVIII, sin dar cuentas a nadie. Como el
óbolo parece que les resulta insuficiente, están convencidos de que pueden
hacer lo que les venga en gana para trincar más, protegidos por una banda de aprovechados
que, a su vez, pretenden perpetuar las prebendas que reciben a cambio.
En
el caso Nóos, el que afecta a la infanta, al juez Castro lo han dejado solo.
Más solo que la una. Solo y desamparado. Y sin medios; el ordenador portátil
del que dispone, no es oficial, es propiedad del magistrado. ¿Han visto su
despacho? Pues véanlo: expedientes apilados en mesas y sillas al alcance de
cualquiera, porque no hay archivos para custodiarlos. De vergüenza. Tercermundista.
Han
salido en defensa de la imputada precisamente los que habrían de acusarla: el
Abogado del Estado, la Agencia Tributaria, el Fiscal General y el Fiscal
Anticorrupción de Palma. Hasta el presidente del Gobierno ha apostado por la
niña ¡Increíble¡ Entre todos tratan de colocar al magistrado en la más absoluta
soledad y aislamiento.
Pero
a los miembros de esa cofradía se les escapa un detalle muy importante. Aunque
pueda parecerlo, el juez Castro no está solo. Estamos con él millones de
ciudadanos que no tragamos con
semejantes chanchullos. Millones de españoles que nos identificamos con su
trabajo infatigable, con su rigor intelectual y jurídico, con su dignidad y
profesionalidad, con su paciencia y con su humildad.
Por
eso le pedimos que continúe haciendo su tarea y terminando con sosiego la
instrucción del caso que está próxima a su fin. Que deseche presiones inadmisibles
y que tome sus decisiones libremente. Indicios hay para el juicio oral,
precisamente porque en la declaración de la imputada, hay cientos de noes que
más parecen Nóos, de no sé, no me consta, no recuerdo, yo firmaba lo que me
ponían delante, por la confianza en mi marido y porque el amor es ciego, oiga.
En fin una estrategia de defensa, propia de un país en donde la igualdad ante
la justicia brilla por su ausencia y en el que a los ciudadanos se les toma por
idiotas, a la que únicamente puede dar credibilidad el hatajo de vividores que
se ha propuesto liberar de su imputación a la infanta por segunda vez. ¿Lo
conseguirán?
Y
una reflexión final: si la infanta es inocente ¿por qué la mantienen al margen
de los eventos de la casa real y evitan imágenes a su lado incluso en actos
familiares?
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