RESPONSABILIDADES
POLÍTICAS
La
joven democracia española, en su bisoñez, todavía no ha asimilado ciertas
normas de comportamiento de los políticos que se practican en otros países con
democracias más maduras y consolidadas.
Me
refiero a la asunción de responsabilidades políticas en determinados casos, las
cuáles suelen consistir en dimisiones o destituciones, acto muy poco practicado
en España por los cargos públicos, porque existe la creencia de que abandonar
el puesto por propia decisión o el ser destituido supone un reconocimiento de
culpa. Cuando lo normal en otras latitudes es que, en un buen número de
ocasiones, sea un acto de dignidad.
Por
ejemplo un ministro alemán presentó de manera inmediata su dimisión cuando se
descubrió que había plagiado algunos párrafos de otros autores en su tesis
doctoral. ¿Se imaginan que esto podría ocurrir en España?
Y
es que en nuestro país los políticos no han sido capaces de diseñar y asumir
una estrategia para distinguir claramente entre lo que es la responsabilidad
política de la que hay que dar cuenta a la sociedad y lo que son las
responsabilidades civiles y penales de las que hay que responder ante los
tribunales de justicia.
La
dimisión o la destitución como consecuencia de la responsabilidad política de
un cargo público lo único que conlleva es que el personaje ha defraudado por
acción u omisión las expectativas puestas en él por la sociedad. Pero no tiene
que ser necesariamente un delincuente. Puede perfectamente no serlo.
Y
de hecho si en el proceso posterior no resultase condenado, su carrera política
no debe terminar sino que por el contrario puede verse reforzada con el acto de
la dimisión por la carga de dignidad y responsabilidad ante la sociedad que
conlleva.
Pues
bien el hecho de asumir responsabilidades políticas que debería ser normal y producirse de forma
natural en nuestro país, se convierte en una situación excepcional ya que la dimisión
por esta causa no es una práctica consuetudinaria.
Y
ahí tenemos casos a porrillo, de políticos que se mantienen en sus cargos contra
viento y marea, pese a que existen fundadas sospechas de su deficiente gestión,
de fallos o imputaciones de personas por ellos designadas: las responsabilidades
“in eligendo o “in vigilando” e incluso cuando están imputados ellos mismos.
Esta
situación, desgraciadamente, afecta a todos los partidos. Responsabilidades
políticas derivadas de los EREs o de los cursos de formación andaluces están
sin sustanciar, lo mismo que las de las tramas Gürtel, Púnica, Bárcenas o de la
financiación irregular del PP tampoco han conducido a la dimisión de algunos
políticos de alto rango que designaron a los imputados o están implicados ellos
mismos. Y ahí siguen escurriendo el bulto y además se permiten dar lecciones a
los demás.
Hay
casos flagrantes como el ocurrido con una exministra que tras presentar su
dimisión, por haberse lucrado de fechorías cometidas por su marido puestas de
manifiesto en un auto judicial, a la afectada no sólo se la mantiene en su
puesto de diputada sino que se le premia con un aumento de sueldo al concederle
la vicepresidencia de una comisión del Congreso.
Con
este panorama es muy difícil que pueda procederse a la adopción de una
normativa creíble por los ciudadanos que ataje la corrupción y permita una
regeneración a fondo de los comportamientos de nuestros políticos. Tendrían que
dar ejemplo aquellos que propugnan a grito pelado la transparencia y la lucha
contra la corrupción, cuando son ellos los primeros que la consienten y no
toman las medidas pertinentes.
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