AGUA SIN CAUCE
Un antiguo dicho popular sentencia con
sabiduría de siglos que “el agua siempre discurre por sus atanores (cauces)”. A
lo que habría de añadirse: que deben estar limpios.
El clima en España propicia episodios de
lluvias intensas que se dan con cierta frecuencia y llevan aparejados avenidas
que generan importantes caudales de agua a evacuar. Las obras de regulación ya
construidas - a la ejecución de otras nuevas se oponen determinados grupos
conservacionistas - solucionan buena
parte del problema al laminarse las avenidas en los embalses. Pero la
regulación sola no es suficiente. Es preciso que además los cauces se
encuentren limpios y al máximo de su capacidad para evacuar el agua de lluvia
que discurra por ellos. Cuando así acontece los efectos dañinos de las riadas
se reducen en gran medida.
Pero en la mayor parte de los casos en la
geografía española los cursos de agua están invadidos por árboles, arbustos,
cañas, hierbas y sedimentos y como consecuencia se reduce su sección hidráulica.
Por esta razón cuando llueve con intensidad se desbordan dando lugar a pérdidas
materiales de consideración y a veces pueden llevarse por delante vidas humanas.
Estas situaciones se han producido hace unos días a consecuencia del último
temporal de lluvia y nieve en varios ríos del norte de España: Asón, Cadagua,
Ebro entre otros, pero ocurren periódicamente a lo largo y ancho de nuestro
país.
Mientras que la mayoría silenciosa que habita
en los pueblos y ciudades de España, está a lo suyo, es decir trabajando para
sacar a este país del atolladero en el que está metido, confía en que los
cauces estarán en buen estado, para que cuando llueva fuerte, respondan bien
hidráulicamente y las riadas causen el menor daño posible a sus personas y
bienes.
Desde que España es un país
que propugna el “desarrollo sostenible”, los
cauces de los ríos y sus márgenes y riberas se limpian bastante poco, no
sólo por escasez de presupuesto, sino porque cualquier actuación que se
pretenda llevar a cabo en ellos con el fin de dejar expedita la sección
hidráulica, se ve frenada por una normativa ambiental demasiado exigente, que
los poderes públicos no se atreven a modificar a causa de la presión mediática
de los mismos grupos que se oponen a la ejecución de las obras de regulación.
Como en España sólo llueve intensamente de
vez en cuando, estos grupos de presión aprovechan los períodos de poca
precipitación para pregonar a bombo y platillo la excelencia de sus teorías y
asegurar que cuando llueva con más fuerza los cauces responderán de un “modo
natural”. Lo que callan es que este modo natural de funcionar se traducirá en
graves inundaciones ya que su sección hidráulica, sucia hasta las trancas, se
revelará claramente insuficiente para
dar salida a la avenida. Con el cauce limpio y acondicionado, es bastante
probable que en el caso de que una avenida extraordinaria no se hubiera
conseguido evacuar en su totalidad, sí al menos se habrían reducido
sensiblemente sus perniciosos efectos.
Cuando la realidad se impone a la teoría y ocurre
la inundación estos grupos se afanan en repartir culpas a diestro y
siniestro. De manera especial hacen
responsables a los ayuntamientos por autorizar construcciones en zonas
inundables. En esto tienen toda la razón, pero si la realidad es la que es y
existen viviendas y negocios con personas en riesgo, constituiría un argumento
más para tener limpios los cursos de agua y tratar así de reducir todo lo
posible los efectos perjudiciales de las intensas lluvias.
Lo procedente sería atajar de raíz el
problema acondicionando los cauces sin que las Confederaciones Hidrográficas
hagan caso de ciertas peregrinas teorías y además promulgar y hacer cumplir la
normativa necesaria para impedir nuevas construcciones en zonas de riesgo o
demoler las existentes si fuese posible legalmente.
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