UN EMIGRANTE EN
SEVILLA
En
los últimos tiempos hechos que ocurren en Sevilla están ocupando un buen número
de las entradas de este blog, cosa que me satisface pues la capital hispalense
es una ciudad bellísima e irrepetible como diría mi muy leído Pérez Reverte,
que situó en ella su excelente obra “La piel del tambor”.
Pedro
Evangelina, un emigrante nigeriano, médico por la universidad de Lagos capital
de su país, que vende pañuelos en la capital hispalense y estudia medicina en
la facultad sevillana con vistas a convalidar su título, ha dado una lección de
honradez que ha servido para desmentir, una vez más, la creencia muy extendida
en muchos ámbitos de la sociedad española de que detrás de un emigrante hay un
potencial delincuente.
Pedro recuperó un maletín que se había caído
del techo de un vehículo, mientras él vendía pañuelos en una calle de Triana.
En la cartera había 5.000 € en metálico y más de 17.000 € en cheques. Nuestro
hombre en lugar de trincar la pasta y quedarse con ella, cosa que hubiera hecho
un buen número de españolitos, y si te he visto no me acuerdo, ni corto ni
perezoso se dirigió a la policía para entregar el tesoro de modo que pudiera
ser recuperado por su legítimo dueño.
Este
hecho demuestra que no todos los emigrantes llevan en sí un delincuente y que
la emigración es un fenómeno que exige comprensión y fraternidad. Hay que tener
memoria porque los españoles hemos sido y, desgraciadamente por la crisis,
seguimos siendo un pueblo emigrante. Una vuelta por Europa y América sirve para
comprobar la cantidad de colonias formadas por españoles que emigraron en su
día como también lo hacen hoy ¿Se imaginan que en lugar de ser tratados como
honrados trabajadores, nuestros compatriotas hubieran sido considerados como
potenciales delincuentes y expulsados en caliente como hacemos nosotros en las
fronteras del sur?
Los emigrantes han contribuido a mejorar con
su trabajo nuestra economía, a rejuvenecer nuestra población envejecida y a
darle vitalidad a nuestro país. Y eso es de agradecer pues además muchos de los
trabajos que ellos llevan a cabo son aquellos que los españoles no queremos
realizar.
Recuerdo
que hace años, en los 70 del siglo pasado, yo llegaba desde Madrid a la
estación de ferrocarril de Austerlitz en París y me llamó sobremanera la
atención el hecho de que todos los trabajadores que barrían los andenes eran de
raza negra. La conclusión que saqué fue inmediata: hacían los trabajos que los
franceses no estaban dispuestos a asumir.
Así
que el detalle de honradez de Pedro en Sevilla ha de hacernos reflexionar sobre
nuestros emigrantes. Hemos de tratarles con respeto y facilitarles la vida en
lugar de complicársela.
A
fin de aminorar los procesos masivos de emigración que se están produciendo
había que empezar por contribuir a desterrar el hambre y la miseria de sus
países de origen sumidos muchos de ellos en la pobreza más extrema. Programas
de cooperación y desarrollo generosos y bien diseñados facilitarían mucho las
cosas. Porque si ellos en su terruño tuvieran un nivel de desarrollo que
permitiera tener cubiertas al menos sus necesidades básicas, es muy probable
que no optaran por la emigración que casi siempre supone un riesgo para sus
vidas y un trauma personal al tener que abandonar su tierra y sus gentes.
Así
que ante episodios como el acontecido en Sevilla deberíamos recapacitar
seriamente sobre el fenómeno de la emigración. Considerar que los emigrantes
son seres humanos dignos de nuestro respeto y apoyo. Y no obsequiarles cuando
llegan con vallas, concertinas y expulsiones ilegales en caliente. Aunque trate
de justificarlas, con escaso éxito por cierto, el ministro del Interior que en
su ferviente catolicismo está dispuesto a condecorar a una Virgen si es que no
lo ha hecho ya.
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