sábado, 13 de diciembre de 2014

UN EMIGRANTE EN SEVILLA

En los últimos tiempos hechos que ocurren en Sevilla están ocupando un buen número de las entradas de este blog, cosa que me satisface pues la capital hispalense es una ciudad bellísima e irrepetible como diría mi muy leído Pérez Reverte, que situó en ella su excelente obra “La piel del tambor”.

Pedro Evangelina, un emigrante nigeriano, médico por la universidad de Lagos capital de su país, que vende pañuelos en la capital hispalense y estudia medicina en la facultad sevillana con vistas a convalidar su título, ha dado una lección de honradez que ha servido para desmentir, una vez más, la creencia muy extendida en muchos ámbitos de la sociedad española de que detrás de un emigrante hay un potencial delincuente.

 Pedro recuperó un maletín que se había caído del techo de un vehículo, mientras él vendía pañuelos en una calle de Triana. En la cartera había 5.000 € en metálico y más de 17.000 € en cheques. Nuestro hombre en lugar de trincar la pasta y quedarse con ella, cosa que hubiera hecho un buen número de españolitos, y si te he visto no me acuerdo, ni corto ni perezoso se dirigió a la policía para entregar el tesoro de modo que pudiera ser recuperado por su legítimo dueño.

Este hecho demuestra que no todos los emigrantes llevan en sí un delincuente y que la emigración es un fenómeno que exige comprensión y fraternidad. Hay que tener memoria porque los españoles hemos sido y, desgraciadamente por la crisis, seguimos siendo un pueblo emigrante. Una vuelta por Europa y América sirve para comprobar la cantidad de colonias formadas por españoles que emigraron en su día como también lo hacen hoy ¿Se imaginan que en lugar de ser tratados como honrados trabajadores, nuestros compatriotas hubieran sido considerados como potenciales delincuentes y expulsados en caliente como hacemos nosotros en las fronteras del sur?

 Los emigrantes han contribuido a mejorar con su trabajo nuestra economía, a rejuvenecer nuestra población envejecida y a darle vitalidad a nuestro país. Y eso es de agradecer pues además muchos de los trabajos que ellos llevan a cabo son aquellos que los españoles no queremos realizar.

Recuerdo que hace años, en los 70 del siglo pasado, yo llegaba desde Madrid a la estación de ferrocarril de Austerlitz en París y me llamó sobremanera la atención el hecho de que todos los trabajadores que barrían los andenes eran de raza negra. La conclusión que saqué fue inmediata: hacían los trabajos que los franceses no estaban dispuestos a asumir.

Así que el detalle de honradez de Pedro en Sevilla ha de hacernos reflexionar sobre nuestros emigrantes. Hemos de tratarles con respeto y facilitarles la vida en lugar de complicársela.

A fin de aminorar los procesos masivos de emigración que se están produciendo había que empezar por contribuir a desterrar el hambre y la miseria de sus países de origen sumidos muchos de ellos en la pobreza más extrema. Programas de cooperación y desarrollo generosos y bien diseñados facilitarían mucho las cosas. Porque si ellos en su terruño tuvieran un nivel de desarrollo que permitiera tener cubiertas al menos sus necesidades básicas, es muy probable que no optaran por la emigración que casi siempre supone un riesgo para sus vidas y un trauma personal al tener que abandonar su tierra y sus gentes.

Así que ante episodios como el acontecido en Sevilla deberíamos recapacitar seriamente sobre el fenómeno de la emigración. Considerar que los emigrantes son seres humanos dignos de nuestro respeto y apoyo. Y no obsequiarles cuando llegan con vallas, concertinas y expulsiones ilegales en caliente. Aunque trate de justificarlas, con escaso éxito por cierto, el ministro del Interior que en su ferviente catolicismo está dispuesto a condecorar a una Virgen si es que no lo ha hecho ya.



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