EL MAQUINISTA
DE ANGROIS
Se
ha cumplido el primer aniversario del accidente de un tren Alvia de alta
velocidad ocurrido en la localidad gallega de Angrois, que se saldó con el
resultado de 80 muertos y 147 heridos. Una tragedia de proporciones inusitadas.
Conducía
el convoy, como único responsable, el maquinista Francisco Garzón, un hombre
menudo pero experto, que había pasado por aquel punto, con trenes de iguales
características que el accidentado, en innumerables ocasiones sin problema
alguno.
El
lugar en el que se produjo el accidente, es una curva que ha de tomarse a la
velocidad máxima de 80 km/h por convoyes cuya velocidad de crucero es de 190
km/h. Esta “ratonera” no contaba con ningún sistema activo de control externo
de la velocidad. El control de la misma estaba encomendado única y
exclusivamente al maquinista. Porque aunque estaba instalado, el sistema de
control automático ERTMS no estaba en
funcionamiento ¿Cuáles eran las razones de su inactividad? ¿Tal vez los
recortes?
Una
inoportuna llamada telefónica del interventor del tren Alvia, acontecida en las
proximidades de la maldita curva, distrae al maquinista y el convoy entra allí
a 179 km/h cuando no debería haber rebasado los 80 km/h. Consecuencias las
descritas. Una masacre de muertos y heridos.
Y
a partir de aquí surgen algunas preguntas: ¿Cómo se puede permitir que en una
línea férrea de velocidad 190 km/h exista una curva de 80 km/h? ¿En esta curva
en la que hay que realizar una deceleración de 110 km/h mínimo, por qué no
estaba activo un sistema de control que frene automáticamente el convoy, por si
el maquinista sufre un error o una pérdida súbita de sus facultades, por
ejemplo un desvanecimiento? ¿Cómo es posible que una línea y un tren de alta
velocidad no dispongan de elementos de seguridad externa para evitar posibles
accidentes y si estaban instalados, por qué no funcionaban?
Como
suele ocurrir en España, de inmediato se ha culpado del siniestro a la parte
más débil, o sea al maquinista que ha cometido el error y parece que, hasta
ahora, se dejan exonerados de responsabilidad a los dirigentes de ADIF y RENFE
que tenían que haber velado porque ese peligroso tramo estuviese dotado de elementos de seguridad. Si no ¿qué
pintan y a qué se dedican estos directivos y en razón de qué perciben unos
elevados emolumentos?
La
situación psicológica de este hombre, que gana 10 veces menos que sus superiores
que tenían que haber vigilado la seguridad de la línea, de los convoyes y de
los pasajeros, es de un hundimiento total. Porque están presentándole como el
único responsable. Pero no es él sólo. Evidentemente ha cometido un error del
que por cierto ha pedido un sincero perdón que es lo único que puede hacer por
las víctimas. Algunas de ellas y algunos familiares no han estado a la altura
de la circunstancias, ni de la caridad, ni de la solidaridad negando al
conductor el pan y la sal. Debe ser que estas personas son infalibles. Otras sí que han comprendido las
circunstancias del accidente y la situación personal de hundimiento moral del
maquinista.
Corresponde
a las autoridades judiciales investigar a fondo este accidente y depurar
responsabilidades. Pero de todos. Del maquinista también, pero no de él sólo.
Aquí hay más culpables. Porque la causa última del accidente es la falta de un
control externo de velocidad activo, que si hubiera funcionado, que es lo
lógico en una línea férrea de estas características, habría evitado el error
del maquinista.
Y
lo que es causa de la causa, es causa del mal causado. Eso, al menos, es lo que
pregonan los juristas.
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