martes, 7 de abril de 2015

GENEROSIDAD EN LA MEMORIA HISTÓRICA.

Un siglo XIX pleno de violencia y convulsión en la vida política y civil de España, en un marco social con grandes capas de pobreza y un ínfimo nivel cultural de la mayor parte de la población, con pronunciamientos, guerras exteriores e interiores y unos partidos políticos con ideas enfrentadas y posturas radicalizadas e irreconciliables mantenidas con el cambio de siglo, fue el caldo de cultivo en donde se cocinó el más desgraciado suceso que ha tenido lugar en la historia de nuestra nación.

 La guerra fratricida vivida en España entre el 18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939, casi tres años de encarnizada contienda civil, merece un cierre generoso al que hemos de contribuir los españoles. Cediendo un poco todos. Para que el acontecimiento se dé por terminado sin que haya vencedores ni vencidos.

Transcurridos más de 75 años del final y casi 80 del inicio de la guerra civil, debemos reflexionar todos sobre si este acontecimiento se ha cerrado adecuadamente para que las heridas no permanezcan infectadas a pesar del largo tiempo transcurrido.

La conclusión definitiva de este desdichado episodio ha de hacerse con generosidad, especialmente para con los componentes del bando republicano en el que los restos de muchos de sus miembros y simpatizantes permanecen todavía enterrados, sin identificar, en fosas comunes, en las tapias de algunos cementerios y en las cunetas de nuestras carreteras y caminos.

Las víctimas del bando vencedor ya han recibido a lo largo del tiempo transcurrido desde el final de la contienda los merecidos homenajes a su sacrificio y a su heroísmo. Pero nos queda pendiente el dar una solución satisfactoria a la situación de muchos que militaron en el bando que perdió la guerra.

Todos los españoles que no vivimos este penoso acontecimiento, la gran mayoría de la población actual, debemos colaborar para que este infeliz episodio se cierre de una vez por todas y no quede de él más que un ingrato recuerdo que ha de permanecer en nuestra memoria histórica para que nunca vuelva a repetirse.

La guerra civil fue un fracaso estrepitoso de la sociedad española. De todos, de los vencedores y de los vencidos. Alguien definió con gran acierto que la guerra es un acontecimiento en el que participan unos jóvenes que no se conocen, ni se odian pero se matan y unos viejos que se conocen y se odian pero no se matan. Y, en uno y otro bando, una gran parte de la juventud española dio sus vidas por unos principios que ellos creían justos porque les habían persuadido de que así lo eran.

Y estos jóvenes murieron o resultaron heridos por defender esos ideales, mientras que la mayoría de los políticos y militares que con sus decisiones generaron la gran crisis resultaban indemnes y salvaban el pellejo mientras aquellos mozos ilusionados caían en las trincheras abatidos por el fuego hermano.

Todos alcanzaron la paz con su muerte y deben también lograr el reconocimiento de la sociedad española, sin que haya exclusiones de uno u otro bando. Todos fueron héroes pues lucharon por unas ideas que ellos creían que eran las verdaderas.

Por eso el pueblo español debe exigir a nuestros gobernantes que se habiliten todos los medios que sean necesarios para que los restos que están enterrados en fosas comunes o en las cunetas de nuestros caminos  sean exhumados, identificados, entregados a sus deudos e inhumados nuevamente en sus tumbas definitivas, para que descansen en paz con el respeto y la consideración que se debe a estos héroes. Que son tan españoles como los vencedores. Y hay que hacerles justicia a ellos y a sus familiares. Cuanto antes. Para dar carpetazo de una vez por todas a esta inmensa tragedia. Que ya va siendo hora. Para que las dos Españas de Antonio Machado no vuelvan a helar el corazón de ningún español.


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