GENEROSIDAD EN LA MEMORIA
HISTÓRICA.
Un
siglo XIX pleno de violencia y convulsión en la vida política y civil de
España, en un marco social con grandes capas de pobreza y un ínfimo nivel
cultural de la mayor parte de la población, con pronunciamientos, guerras
exteriores e interiores y unos partidos políticos con ideas enfrentadas y
posturas radicalizadas e irreconciliables mantenidas con el cambio de siglo,
fue el caldo de cultivo en donde se cocinó el más desgraciado suceso que ha
tenido lugar en la historia de nuestra nación.
La guerra fratricida vivida en España entre el
18 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939, casi tres años de encarnizada
contienda civil, merece un cierre generoso al que hemos de contribuir los
españoles. Cediendo un poco todos. Para que el acontecimiento se dé por
terminado sin que haya vencedores ni vencidos.
Transcurridos
más de 75 años del final y casi 80 del inicio de la guerra civil, debemos
reflexionar todos sobre si este acontecimiento se ha cerrado adecuadamente para
que las heridas no permanezcan infectadas a pesar del largo tiempo
transcurrido.
La
conclusión definitiva de este desdichado episodio ha de hacerse con generosidad,
especialmente para con los componentes del bando republicano en el que los
restos de muchos de sus miembros y simpatizantes permanecen todavía enterrados,
sin identificar, en fosas comunes, en las tapias de algunos cementerios y en las
cunetas de nuestras carreteras y caminos.
Las
víctimas del bando vencedor ya han recibido a lo largo del tiempo transcurrido
desde el final de la contienda los merecidos homenajes a su sacrificio y a su
heroísmo. Pero nos queda pendiente el dar una solución satisfactoria a la situación
de muchos que militaron en el bando que perdió la guerra.
Todos
los españoles que no vivimos este penoso acontecimiento, la gran mayoría de la
población actual, debemos colaborar para que este infeliz episodio se cierre de
una vez por todas y no quede de él más que un ingrato recuerdo que ha de
permanecer en nuestra memoria histórica para que nunca vuelva a repetirse.
La
guerra civil fue un fracaso estrepitoso de la sociedad española. De todos, de
los vencedores y de los vencidos. Alguien definió con gran acierto que la
guerra es un acontecimiento en el que participan unos jóvenes que no se
conocen, ni se odian pero se matan y unos viejos que se conocen y se odian pero
no se matan. Y, en uno y otro bando, una gran parte de la juventud española dio
sus vidas por unos principios que ellos creían justos porque les habían
persuadido de que así lo eran.
Y
estos jóvenes murieron o resultaron heridos por defender esos ideales, mientras
que la mayoría de los políticos y militares que con sus decisiones generaron la
gran crisis resultaban indemnes y salvaban el pellejo mientras aquellos mozos
ilusionados caían en las trincheras abatidos por el fuego hermano.
Todos
alcanzaron la paz con su muerte y deben también lograr el reconocimiento de la
sociedad española, sin que haya exclusiones de uno u otro bando. Todos fueron
héroes pues lucharon por unas ideas que ellos creían que eran las verdaderas.
Por
eso el pueblo español debe exigir a nuestros gobernantes que se habiliten todos
los medios que sean necesarios para que los restos que están enterrados en
fosas comunes o en las cunetas de nuestros caminos sean exhumados, identificados, entregados a
sus deudos e inhumados nuevamente en sus tumbas definitivas, para que descansen en paz con
el respeto y la consideración que se debe a estos héroes. Que son tan españoles
como los vencedores. Y hay que hacerles justicia a ellos y a sus familiares.
Cuanto antes. Para dar carpetazo de una vez por todas a esta inmensa tragedia.
Que ya va siendo hora. Para que las dos Españas de Antonio Machado no vuelvan a
helar el corazón de ningún español.
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