lunes, 24 de marzo de 2014

ADOLFO SUÁREZ: MUERTE E HIPOCRESÍA.

Como casi siempre suele ocurrir, la muerte de una personalidad importante genera un cúmulo de ditirambos hipócritas sobre el fallecido, precisamente puestos en boca o en pluma de aquellos que le despellejaron en vida y se la hicieron imposible.

Suárez, que hizo el trabajo difícil de la transición como era desmontar el tinglado franquista, fue abandonado por casi todos una vez que culminó lo más complicado de su tarea y dejó rodando el tren de la nueva democracia española. Sólo un puñado de fieles, que le habían ayudado con denuedo en su ardua tarea, se mantuvo a su lado. Destaquemos a Abril Martorell (un cerebro siempre en segundo plano), Rodríguez Sahagún y el general Gutiérrez Mellado.

Adolfo Suárez, que procedía del Movimiento en su fase final, fue el elegido por el Rey o sus asesores, que comprendieron que era la persona idónea por su procedencia para desmontar el entramado franquista construido en el transcurso de una dictadura de casi cuarenta años. Ese trabajo sólo lo podía desarrollar una persona procedente del régimen que habría de tener honradez, decisión, habilidad, dotes de persuasión y muy clara la hoja de ruta a seguir y el objetivo último: traer la democracia a España por la vía pacífica.

Y Suárez hizo el trabajo más complicado. A base de habilidad y consenso consiguió convencer a los participantes de que la solución más inteligente para nuestro país era armonizar los esfuerzos de todos para conseguir que España saliera del ostracismo y de la atonía internacional en la que la sumió el régimen franquista.

Una vez que consiguió deshacer el nudo gordiano de la transición y dejar a España metida en el contexto internacional como ejemplo de tránsito de una dictadura a una democracia, fue abandonado por los poderes fácticos que veían el campo despejado para poder empezar a hacer de las suyas y también por los que ahora, a su muerte, se rasgan las vestiduras y tratan de mitificar su figura.

Su vida posterior no fue nada halagüeña: fracaso político con su CDS, enfermedades familiares que llevó con hombría y dignidad y por fin su propia enfermedad que le impidió recordar momentos felices de su actuación política que sin duda los hubo. Y muy importantes para España.


Hoy sólo restar rezar por su alma. Y recordar su figura política que fue decisiva para que España hiciera una transición pacífica hasta la democracia. Con sus errores y sus aciertos. Y los antes traidores que ahora ensalzan desmesuradamente su figura, que se callen. Para que Adolfo Suárez pueda descansar en paz. Se lo merece.

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