ADOLFO SUÁREZ:
MUERTE E HIPOCRESÍA.
Como
casi siempre suele ocurrir, la muerte de una personalidad importante genera un
cúmulo de ditirambos hipócritas sobre el fallecido, precisamente puestos en
boca o en pluma de aquellos que le despellejaron en vida y se la hicieron
imposible.
Suárez,
que hizo el trabajo difícil de la transición como era desmontar el tinglado
franquista, fue abandonado por casi todos una vez que culminó lo más complicado
de su tarea y dejó rodando el tren de la nueva democracia española. Sólo un
puñado de fieles, que le habían ayudado con denuedo en su ardua tarea, se
mantuvo a su lado. Destaquemos a Abril Martorell (un cerebro siempre en segundo
plano), Rodríguez Sahagún y el general Gutiérrez Mellado.
Adolfo
Suárez, que procedía del Movimiento en su fase final, fue el elegido por el Rey
o sus asesores, que comprendieron que era la persona idónea por su procedencia
para desmontar el entramado franquista construido en el transcurso de una
dictadura de casi cuarenta años. Ese trabajo sólo lo podía desarrollar una
persona procedente del régimen que habría de tener honradez, decisión,
habilidad, dotes de persuasión y muy clara la hoja de ruta a seguir y el
objetivo último: traer la democracia a España por la vía pacífica.
Y
Suárez hizo el trabajo más complicado. A base de habilidad y consenso consiguió
convencer a los participantes de que la solución más inteligente para nuestro
país era armonizar los esfuerzos de todos para conseguir que España saliera del
ostracismo y de la atonía internacional en la que la sumió el régimen
franquista.
Una
vez que consiguió deshacer el nudo gordiano de la transición y dejar a España
metida en el contexto internacional como ejemplo de tránsito de una dictadura a
una democracia, fue abandonado por los poderes fácticos que veían el campo
despejado para poder empezar a hacer de las suyas y también por los que ahora,
a su muerte, se rasgan las vestiduras y tratan de mitificar su figura.
Su
vida posterior no fue nada halagüeña: fracaso político con su CDS, enfermedades
familiares que llevó con hombría y dignidad y por fin su propia enfermedad que
le impidió recordar momentos felices de su actuación política que sin duda los
hubo. Y muy importantes para España.
Hoy
sólo restar rezar por su alma. Y recordar su figura política que fue decisiva
para que España hiciera una transición pacífica hasta la democracia. Con sus
errores y sus aciertos. Y los antes traidores que ahora ensalzan
desmesuradamente su figura, que se callen. Para que Adolfo Suárez pueda
descansar en paz. Se lo merece.
Buenos días, José Ignacio.
ResponderEliminarSuscribo, punto por punto, tus apreciaciones.
Un saludo
Muy bien escrito, un modesto abrazo.
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