viernes, 17 de mayo de 2019


SALAMANCA HISTORIA VIVA

Como es costumbre mis buenos amigos Romi y Jose nos han invitado a mi mujer y a mí a comer junto a un grupo de cacereños en su casa de Salamanca. Su vivienda que ocupa un ático de la plaza de San Julián dispone de una amplia terraza desde la que pueden contemplarse unas maravillosas vistas panorámicas de la ciudad del Tormes y en particular de sus monumentales catedrales. Es un placer poder degustar, desde esta atalaya, una cerveza bien fría acompañada de un hornazo típico de la zona, comentando las peripecias que acontecían antaño en la urbe salmantina, desde el principio de la Cuaresma hasta el Lunes de Aguas, mientras fijas en tus retinas las bellas imágenes de la villa.

Además y por lo que a mí respecta, la morada de estos amigos se encuentra situada enfrente del edificio de la Gran Vía en donde estuvo ubicado el Colegio Mayor Hernán Cortés, en el que residí durante un curso académico, mientras cursaba el Selectivo de Escuelas Técnicas en la Facultad de Ciencias por entonces ubicada en el bello y neoclásico Palacio de Anaya. Todavía pueden apreciarse en la fachada del colegio mayor salmantino, construida con piedra arenisca de las canteras de Villamayor, los rojos “victores” o “vítores” de los doctores universitarios que residieron en la institución. Aseguraban las crónicas que estaban pintados con sangre de toro. Me imagino que sería de toros bravos dada la abundancia de ganaderías de lidia que pastan en el campo charro.

Jose, nuestro anfitrión, que es un experto cicerone, suele prepararnos un recorrido turístico por la ciudad para que podamos deleitarnos con la visión de sus numerosos monumentos, gracias a los cuáles y a su importancia histórica, Salamanca es ciudad Patrimonio de la Humanidad con todos los merecimientos.

Claro que la ciudad no se compone sólo de notables obras arquitectónicas. También es sede de una de las universidades más antiguas y de más solera de España. Desde su fundación por Alfonso IX en 1218, miles y miles de estudiantes han pasado por sus aulas. Pero a este respecto ha de recordarse que una añeja sentencia atribuye el mérito del triunfo académico a la inteligencia estudiantil: Quod natura non dat, Salmántica non praestat. También hay otro dicho popular que ensalza y destaca la categoría de sus docentes universitarios: El que quiera aprender que vaya a Salamanca.

En esta ocasión aunque paseamos por ellas, abandonamos las rutas turísticas salmantinas más habituales que te conducen a monumentos tan importantes como las Catedrales, el Palacio de Anaya, la Universidad, la Clerecía, la Casa de la Conchas o el Palacio de Monterrey por citar los más conocidos.

Visitamos el centro de interpretación de las murallas de la ciudad, de reciente inauguración, en donde por medio de diversas presentaciones se va dando cuenta de la evolución de los diferentes baluartes, hubo hasta cinco, el último del siglo XIII, que fortificaron el casco viejo salmantino como defensa ante los ataques de sus enemigos.

También nos deleitamos con la ascética belleza de algunas iglesias románicas de las siete que hay en la ciudad: Santo Tomás Cantuariense, San Cristóbal, San Julián y San Marcos.

Aunque la visita más detenida la hicimos al convento de clausura de Santa Clara, situado en las traseras de la Gran Vía. Nada más entrar experimentamos lo que es el silencio, la calma, el sosiego y la paz de un claustro que acoge a 10 monjas clarisas que viven en un ambiente que invita a la oración, a la introspección y a la búsqueda de la paz interior. Ellas tal y como describiera el eximio agustino Fray Luis de León, profesor en la universidad charra, en su Oda a la Vida Retirada “huyen del mundanal ruido, y siguen la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”.

Contemplamos además de los coro bajo y alto, las polícromas pinturas murales rescatadas de la cal que se aplicaba en los paramentos para defenderse de los estragos de la peste, la iglesia con su bello retablo barroco y la construcción de su bóveda por debajo de la cubierta de madera del edificio, la cual es visitable y da idea de la forma constructiva tan original. Finalmente nos detuvimos en el museo etnográfico existente que recoge los aperos de los diversos oficios a lo largo del tiempo.

En un día primaveral, con sol y una agradable temperatura, la ciudad lucía todo su esplendor en sus calles y plazas atiborradas de gentes, con presencia de muchísimos jóvenes. Esta juventud estudiantil y universitaria es la que da vida a una ciudad tan vieja pero a la vez tan moderna.

Salamanca es una ciudad vital que ha recogido su pasado histórico y cultural y lo proyecta hacia un futuro de modernidad y actividad inusitada adaptándose a las nuevas circunstancias sociales.

El urbanismo tanto en el casco histórico como en sus aledaños ha sido cuidado con esmero y ha dejado a la ciudad en perfectas condiciones de uso por parte de los numerosos visitantes que acuden a ella y de sus propios habitantes.

Por todo este cúmulo de razones es un placer visitar Salamanca. Y lo hago cada vez que puedo. Esta bella urbe le trae recuerdos de juventud a quien ya tiene una edad provecta. Y eso es muy reconfortante porque me retrotrae a un tiempo muy feliz que viví en esa bellísima ciudad.


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