ESPAÑA Y EL
CONCIERTO DE AÑO NUEVO
Como
todos los años procuro no perderme el Concierto de Año Nuevo que desde la Sala
Dorada del Musikverein vienés, construida en 1870, interpreta la Orquesta
Filarmónica de Viena y que retransmite, desde que se fundó Eurovisión, nuestra
primera cadena de televisión.
Las
piezas que se incluyen en el programa no son grandes sinfonías o conciertos
sino composiciones ligeras: valses, marchas o polkas de diferentes autores
entre los que destacan la familia vienesa de los Strauss: Johann el padre y los
hijos Johann, Josef y Eduard.
En
la edición de 2016 la dirección de la orquesta ha corrido a cargo de Mariss
Jansons un director letón nacido y superviviente del gueto judío de Riga. Con
72 años y algún desajuste cardíaco tiene una vitalidad envidiable.
Ha
tenido el acierto de anunciar en el programa, una adaptación para vals de Emile
Waldteufel de la rapsodia España, cuyo autor es el compositor francés
Enmanuel Chabrier.
Y
la inclusión de esta bella melodía, que recoge las peculiaridades musicales de
las diferentes regiones españolas, me ha llevado a reflexionar sobre la
situación actual que se da en nuestro país, tan admirado por muchos extranjeros
y tan denostado por bastantes nacionales.
Una
orquesta sinfónica, como la Filarmónica de Viena, es el compendio del esfuerzo
compartido, del trabajo en equipo, de la unidad para conseguir un fin - la
mejor interpretación de la composición musical de que se trate - de la interacción positiva entre los
diferentes instrumentos que agrupados en cuerda, viento madera, viento metal y
percusión se ayudan mutuamente para mejorar la calidad interpretativa, bajo la
dirección de una batuta casi siempre manejada por músicos que rayan en la
excelencia.
En
ella se desarrolla un trabajo de conjunción y ayuda mutua, de solidaridad entre
los maestros dentro de su grupo de instrumentos y de los grupos entre sí, la
cuerda con el viento y con la percusión con el objetivo común de mejorar sus
actuaciones en cada pieza y en cada concierto.
Sería
el paradigma al que debería referirse los anhelos y trabajos de una nación para
conseguir su progreso y la mejora constante de su desarrollo.
Por
desgracia ese no es el caso de nuestra España actual.
La
insolidaridad campa a sus anchas por el territorio hispano. Cada comunidad
autónoma trata de salvar sus muebles, importándole un bledo la situación de las
otras y sin tener en cuenta el desarrollo histórico que ha beneficiado a unas
regiones sobre otras por decisiones tomadas por un poder central que, pensando
en favorecer el interés español, benefició a unos pueblos de España sobre
otros. Los agraciados ahora se olvidan de las ventajas que antaño obtuvieron.
Unos
políticos en su mayoría mediocres que en lugar de fomentar el trabajo
colectivo, la transparencia y la honradez están sumidos en su juego político
que busca un beneficio personal en lugar del beneficio colectivo de la nación.
En
el colmo de su ignorancia supina propugnan la división de una nación que existe
como tal desde hace cinco siglos, que llegó a ser un imperio en cuyo territorio
no se ponía el sol y que a pesar de todos los vaivenes tiene un valor conjunto
muy superior al de sus regiones separadas en una demostración de la teoría
holística: las partes separadas valen menos que el todo en conjunto.
En
fin que la interpretación de España, la rapsodia de Chabrier que en adaptación
de Waldteufel se tocó en el concierto de Año Nuevo, me hizo sentirme habitante
de una nación importante, admirada por muchos extranjeros que como Chabrier la
cantaron en una pieza musical bellísima.
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