jueves, 16 de junio de 2022

 

UNA PLAGA BÍBLICA EN LA EXTREMADURA DEL SIGLO XXI

Cuando estudié Entomología Agrícola durante mi proceso de formación como Ingeniero Agrónomo, me sorprendió sobremanera que el catedrático de la asignatura Don Francisco Domínguez García – Tejero, una excelente persona y magnífico profesor, hiciera gran hincapié en el tratamiento que había de aplicarse a la langosta mediterránea (Dociostaurus Maroccanus Thumb.) una plaga bíblica muy antigua, de los tiempos en los que el pueblo de Israel andaba desterrado en Egipto, pero que sigue activa en la actualidad. El tratamiento contundente era imprescindible para evitar los graves daños y pérdidas económicas, que este insecto puede producir en los cultivos y aprovechamientos agrarios.

El paso de este insecto Ortóptero de la fase solitaria a la fase gregaria, marca el momento en que la plaga empieza a convertirse en un problema grave para los cultivos, árboles y pastos puesto que millones de individuos los atacan con una enorme voracidad, destruyendo todo a su paso.

Para evitar este cambio de fase, hay que controlar los focos permanentes en donde habita la langosta para mantenerla en su fase solitaria, impidiendo el tránsito a fase gregaria y la posterior ruina de los cultivos que resultarán atacados por el depredador insecto. A lo largo de la historia de la humanidad, son innumerables las hambrunas ocasionadas por la langosta en su destrucción de los cultivos. Una vez que llega a la fase gregaria la lucha contra esta plaga se hace muy difícil, compleja y gravosa.

Sus zonas de permanencia en la fase solitaria están en diversos lugares de España y, en Extremadura, estas áreas se encuentran ubicadas en La Serena y los Llanos de Cáceres – Trujillo.

Es en estos territorios en los que hay que tomar medidas de control fundamentalmente mediante tratamientos con insecticidas, para impedir que la plaga pase a fase gregaria que es en donde los daños pueden ser de gran magnitud.

Se calcula que un individuo puede comer entre el simple y el doble de su peso en vivo por lo que una sola langosta mediterránea puede llegar a consumir a lo largo de su vida entre 33 y 66 gramos de pasto (A. Arias Giralda y colaboradores, 1994).

Una gran parte de las zonas permanentes de langosta en Extremadura fueron declaradas como protegidas y son actualmente Zonas de Especial Protección de Aves (ZEPA). Debido a estas figuras de protección ambiental, los tratamientos fitosanitarios contra la plaga están restringidos y, cuando se hacen, se emplean productos de baja toxicidad y de limitada eficacia contra este insecto.

La existencia también de fincas con explotación ecológica, en la que no se utilizan pesticidas y se reducen labores, hace que cuando las condiciones climáticas acompañan como ocurre en esta campaña, este tipo de fincas se conviertan en un reducto de producción de langostas.

Estas circunstancias y la climatología han propiciado que, en la actualidad en los términos municipales de Cabeza del Buey, Peñalsordo y Zarza Capilla se esté produciendo un grave ataque de langosta mediterránea, el cual está ocasionando graves daños a los agricultores y ganaderos, que pierden sus cultivos y sus pastos teniendo que sustituir estos últimos por piensos. Los seguros agrarios no cubren estas pérdidas.

Los hombres del campo acusan a la Junta de Extremadura de no intervenir a tiempo para evitar el problema, mediante la aplicación de los tratamientos fitosanitarios correspondientes, que permitan impedir que la plaga evolucione a la fase gregaria que es la peligrosa.

Una vez más un ecologismo mal entendido se vuelve contra los profesionales de la agricultura, los cuales tienen que afrontar pérdidas que nadie les indemniza. Antes de esta política ecologista y conservacionista a ultranza, se aplicaban tratamientos insecticidas (malatión y otros) que, llevándolos a cabo con las precauciones adecuadas para impedir efectos nocivos en la fauna, permitían el control de la plaga, de modo que los daños en los cultivos y aprovechamientos producidos por la misma fuesen mínimos o al menos asumibles. Con la orden de la Consejería de Agricultura de 5 de mayo de este año de lucha contra la langosta, sólo puede utilizarse el deltametrin 2,5 %, aunque se autoriza a ensayar otros productos de menor toxicidad para la salud humana y ambiental.

Al parecer los productos insecticidas actualmente utilizados por la administración en sus tratamientos son poco eficaces y no controlan eficazmente el problema de esta plaga.

Llama poderosamente la atención que, para cualquier actuación del Servicio de Sanidad Vegetal, la mencionada orden establezca la necesidad de obtener el permiso o informe favorable de la Dirección General de Sostenibilidad Ambiental. Parece que el gran hermano ambiental ha de dar su “nihil obstat”, hasta para ejecutar una actuación rutinaria como es la fumigación contra la plaga. Toda esta burocracia trae consigo retrasos en los tratamientos como al parecer está ocurriendo este año. Y con estos retrasos se llevan más de 20.000 ha destruidas por la langosta.

Parece un contrasentido que, con todos los avances experimentados en la lucha química y biológica contra esta plaga, en pleno siglo XXI los agricultores de la zona de la Serena tengan que sufrir las consecuencias de los ataques de esta maldición bíblica, lo que hace que nos tengamos que retrotraer muchos siglos, a tiempos en los que la langosta era un enemigo imbatible para las gentes del campo y causaba su ruina económica.  

 

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