viernes, 6 de abril de 2018


¡QUÉ PAÍS, MIQUELARENA ¡

Esta España mía, esta España nuestra no tiene remedio. Estamos inmersos en un frenesí irrefrenable. No hay lugar de la piel de toro en donde no surja a diario un escándalo político. Por ahí fuera, en los países civilizados, deben de estar haciéndose cruces de lo que aquí ocurre. Y no darán crédito a lo que aquí pasa.

Por el nordeste de nuestro país unos cuantos quieren largarse de España, sin tener en cuenta lo que piensan otros cuantos que allí habitan también y que quieren permanecer junto al resto de los españoles. Los separatistas llevan desobedeciendo sentencias de los tribunales y saltándose a la torera las leyes más importantes, años, sin que nadie mueva un músculo. Cuando los jueces les aprietan las tuercas varios de ellos, causantes del estropicio, se fugan. Tenemos prófugos en varios países de la UE: Bélgica, Inglaterra y Alemania y también de naciones fuera de la Unión: en Suiza. Se van porque la fuga les supone un trato de favor sobre los que se quedan. Ejemplo el caso Puigdemont y sus secuaces huidos.

Más al sur en la tierra de la paella hay escándalos sin cuento ni tasa. Financiaciones ilegales de partidos de ambos signos. Los populares abrieron la marcha y tienen procesados a varios dirigentes que cogían las pelas que sobraban de la financiación irregular y de eventos varios: Fórmula I o visita del Papa entre otros. Edificante. Ahora parece que los otros, los sociatas, también se financiaban irregularmente. Y mira que lo criticaron.

Por allí y también por las islas Baleares campó por sus respetos el yerno del Rey emérito y cuñado del actual, que se lo llevaba crudo apelando a su condición de consorte de una hija del monarca, contando con la colaboración de un ex presidente autonómico y ex ministro. El balonmanista se encuentra en espera de sentencia del Supremo y su próximo destino será con alta probabilidad el talego. Eso es lo que se espera, pero aquí puede ocurrir cualquier cosa.

Más al Sur la cosa está que arde. El escándalo de los ERES falsos se juzga con gran éxito de crítica y público. Allí nadie sabía nada pero las pelas volaban hacia los bolsillos de algunos. Todo muy correcto. A mí que me registren, yo aplicaba la legalidad de unas partidas aprobadas por el parlamento regional. Muy bonito todo. Veremos en qué termina este multitudinario despropósito.

Por el centro de la península los escándalos se suceden uno tras otro: Gürtel, Púnica, Lezo, financiación irregular del PP, papeles de Bárcenas. Una delicia. Un montón de empapelados, muchos de ellos altos cargos de la administración autonómica y militantes del PP cuando ocurrieron los hechos esperan sentencias que se alargan “sine die” a causa de la lentitud tradicional de los procesos judiciales en España y del fárrago de recursos y más recursos que tiene lugar.

Lo último ocurrido de lo que se tiene noticia roza el esperpento. Una presidenta autonómica de Madrid que cursa un master en una universidad madrileña. Datos del evento: se matricula fuera de plazo, no asiste a las clases como todo hijo de vecino, le califican con un notable el trabajo de fin de master que no aparece por ningún lado y encima respecto del acta de calificación que se airea, una de las teóricas catedráticas firmantes asegura que es falsa de toda falsedad ya que nunca examinó a la alumna del trabajo de fin de curso y que la firma que hay no es la suya. Por muchísimo menos se suele dimitir del cargo en los países civilizados.

Todo esto por reseñar lo más gordo. Por el resto de esta España de mis pecados hay otras minucias como colocar a los amigos en puestos de confianza o dar trabajos a empresas amigas en múltiples casos, impartir clases y hacer trabajos a distancia, cobrar trabajos externos sin que se entere ni dé la autorización correspondiente la universidad en la que se trabaja como profesor, irse de viaje a ver a la querida a costa del Senado. En fin un caos.

Y es que esta España de nuestros pecados no tiene remedio ni solución. Así que sigue vigente aquella frase que hace años le espetó Pedro Mourlane a su amigo ¡Qué país, Miquelarena¡

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