viernes, 13 de abril de 2018


VOLVER A SALAMANCA

El pasado fin de semana he vuelto a visitar Salamanca. La asistencia a la boda de Javier el hijo de unos buenos amigos, Romi y Jose, ha sido el motivo de retornar de nuevo a la capital charra.

En ella transcurrieron dos de los años más felices de mi juventud cuando cursé el Preuniversitario en el colegio marista y el Curso Selectivo de Escuelas Técnicas en la Facultad de Ciencias ubicada por entonces en el bellísimo y neoclásico Palacio de Anaya. Un lujo poder asistir a clase en un edificio tan señorial.

En Salamanca se encuentra una de las universidades más antiguas y con más solera de España. Este año se cumple el octavo centenario de su fundación en 1218 por Alfonso IX. Y a pesar de su edad provecta, sigue viva y dinámica como una joven promesa.

En mi época universitaria salmantina, ya algo lejana en el tiempo, las tres ciudades con más ambiente estudiantil eran: Salamanca, Santiago de Compostela y Granada. En estas tres localidades, de no muchos habitantes, el ambiente universitario lo impregnaba todo y daba categoría a estas históricas urbes.

Salamanca destacaba por su alto nivel en el profesorado. Recibí clases de catedráticos de la talla de Don Carlos Nogareda que había sido colaborador de un premio Nobel de químico – física creo recordar que de Pauling, o Don Fernando Galán uno de los mejores genetistas españoles de su tiempo.

Por las aulas de otras facultades enseñaban maestros muy destacados como Don Enrique Tierno Galván a cuyas clases asistíamos un montón de alumnos que no eran de su facultad de Derecho o Don Fernando Lázaro Carreter en la de Filosofía y Letras, por entonces ubicada también en el Palacio de Anaya.

Mi vida universitaria fue de estudio y diversión. Mucho más del primero que de la segunda. Pero el tiempo de ocio lo aprovechábamos al máximo. Festejos diversos muchos de ellos en los colegios mayores. Era famosa la fiesta del Bernegal en el colegio mayor Hernán Cortés donde yo residía, a la que acudían catedráticos, profesores y un buen número de alumnos de otros colegios mayores.

En Salamanca coexistían por entonces una sociedad rural, la denominada ingeniosamente como “la cuernocracia”, constituida básicamente por los innumerables ganaderos de bravo del campo charro y también por los de manso, junto a una sociedad universitaria muy avanzada y moderna.

Salamanca es hoy día una ciudad viva y dinámica. Conviven lo antiguo y lo moderno en un proceso de evolución que asume los avances sin renunciar a su historia. Y sigue siendo una ciudad acogedora para el visitante y de preponderancia estudiantil en sus calles.

Con unos buenos guías salmantinos residentes en Cáceres, Sol y Joaquín, paseamos la ciudad degustando sus tapas en diversos locales: Real, Cervantes, Vallejo, La Viga e incluso en otros establecimientos hosteleros del arrabal. El tapeo y el alterne diurno y nocturno siguen siendo en Salamanca elementos consustanciales con la ciudad.  Una amplia variedad de tapas confeccionadas con excelentes productos de la tierra, sigue presente en los distintos establecimientos de la villa tal y como ocurría en mi época de estudiante allí.

Hay en Salamanca restaurantes de un alto nivel como La Hoja en donde asesorados por nuestros cicerones salmantinos Sol y Joaquín, cenamos junto a ellos el resto de amigos: Marisol y José Pedro, María José y Paco y Victoria, mi mujer, y yo. Una excelente cocina, un magnífico servicio y un precio muy razonable fueron el antecedente a una copa en el acogedor y céntrico domicilio de nuestros amigos de Salamanca.

Paseamos la capital charra por sus diversas calles y rúas y pudimos apreciar el buen nivel urbano que mantiene la ciudad que está limpia y bien diseñada en sus zonas peatonales, aunque esto suponga tener que dar algún rodeo con los vehículos.

Visitamos sus dos catedrales románica la vieja y gótica la nueva que se yerguen enhiestas sin que por ellas parezca que pasan los años, así como el aledaño Palacio Episcopal y el patio escuelas con el maestro Fray Luis de León que sigue impartiendo sus clases pétreas comenzando con su introducción: Decíamos ayer… acompañado por infinidad de visitantes buscando la rana.

Admiramos iglesias como la Clerecía de los jesuitas una joya del barroco, cuya espectacular fachada está poco visible a causa de la proximidad de otros edificios, alguno de ellos también emblemáticos como las Casa de las Conchas. Visitamos también la Iglesia de la Purísima con sus cuadros de Ribera entre los que destaca una bella virgen cuya advocación da nombre a la iglesia.

El enlace matrimonial de nuestros amigos tuvo lugar en dos bellísimos marcos: la Catedral Vieja y el Casino de Salamanca que realzaron a unos novios jóvenes y simpáticos que comenzaban su nueva y seguro que feliz vida.

La conclusión para mí es la misma de siempre: volveré a Salamanca cada vez que pueda. Esa ciudad forma parte de mi personalidad y de mi acervo cultural. Estudiar en Salamanca fue para mí un privilegio que nunca olvidaré.

Y  hay que hacer caso al dicho: El que quiera aprender, que vaya a Salamanca.



No hay comentarios:

Publicar un comentario