VOLVER A
SALAMANCA
El
pasado fin de semana he vuelto a visitar Salamanca. La asistencia a la boda de
Javier el hijo de unos buenos amigos, Romi y Jose, ha sido el motivo de
retornar de nuevo a la capital charra.
En
ella transcurrieron dos de los años más felices de mi juventud cuando cursé el
Preuniversitario en el colegio marista y el Curso Selectivo de Escuelas
Técnicas en la Facultad de Ciencias ubicada por entonces en el bellísimo y
neoclásico Palacio de Anaya. Un lujo poder asistir a clase en un edificio tan señorial.
En
Salamanca se encuentra una de las universidades más antiguas y con más solera
de España. Este año se cumple el octavo centenario de su fundación en 1218 por
Alfonso IX. Y a pesar de su edad provecta, sigue viva y dinámica como una joven
promesa.
En
mi época universitaria salmantina, ya algo lejana en el tiempo, las tres
ciudades con más ambiente estudiantil eran: Salamanca, Santiago de Compostela y
Granada. En estas tres localidades, de no muchos habitantes, el ambiente
universitario lo impregnaba todo y daba categoría a estas históricas urbes.
Salamanca
destacaba por su alto nivel en el profesorado. Recibí clases de catedráticos de
la talla de Don Carlos Nogareda que había sido colaborador de un premio Nobel
de químico – física creo recordar que de Pauling, o Don Fernando Galán uno de
los mejores genetistas españoles de su tiempo.
Por
las aulas de otras facultades enseñaban maestros muy destacados como Don
Enrique Tierno Galván a cuyas clases asistíamos un montón de alumnos que no
eran de su facultad de Derecho o Don Fernando Lázaro Carreter en la de
Filosofía y Letras, por entonces ubicada también en el Palacio de Anaya.
Mi
vida universitaria fue de estudio y diversión. Mucho más del primero que de la
segunda. Pero el tiempo de ocio lo aprovechábamos al máximo. Festejos diversos
muchos de ellos en los colegios mayores. Era famosa la fiesta del Bernegal en
el colegio mayor Hernán Cortés donde yo residía, a la que acudían catedráticos,
profesores y un buen número de alumnos de otros colegios mayores.
En
Salamanca coexistían por entonces una sociedad rural, la denominada
ingeniosamente como “la cuernocracia”, constituida básicamente por los
innumerables ganaderos de bravo del campo charro y también por los de manso,
junto a una sociedad universitaria muy avanzada y moderna.
Salamanca
es hoy día una ciudad viva y dinámica. Conviven lo antiguo y lo moderno en un
proceso de evolución que asume los avances sin renunciar a su historia. Y sigue
siendo una ciudad acogedora para el visitante y de preponderancia estudiantil
en sus calles.
Con
unos buenos guías salmantinos residentes en Cáceres, Sol y Joaquín, paseamos la
ciudad degustando sus tapas en diversos locales: Real, Cervantes, Vallejo, La
Viga e incluso en otros establecimientos hosteleros del arrabal. El tapeo y el
alterne diurno y nocturno siguen siendo en Salamanca elementos consustanciales
con la ciudad. Una amplia variedad de
tapas confeccionadas con excelentes productos de la tierra, sigue presente en
los distintos establecimientos de la villa tal y como ocurría en mi época de
estudiante allí.
Hay
en Salamanca restaurantes de un alto nivel como La Hoja en donde asesorados por
nuestros cicerones salmantinos Sol y Joaquín, cenamos junto a ellos el resto de
amigos: Marisol y José Pedro, María José y Paco y Victoria, mi mujer, y yo. Una
excelente cocina, un magnífico servicio y un precio muy razonable fueron el
antecedente a una copa en el acogedor y céntrico domicilio de nuestros amigos
de Salamanca.
Paseamos
la capital charra por sus diversas calles y rúas y pudimos apreciar el buen
nivel urbano que mantiene la ciudad que está limpia y bien diseñada en sus
zonas peatonales, aunque esto suponga tener que dar algún rodeo con los
vehículos.
Visitamos
sus dos catedrales románica la vieja y gótica la nueva que se yerguen enhiestas
sin que por ellas parezca que pasan los años, así como el aledaño Palacio Episcopal
y el patio escuelas con el maestro Fray Luis de León que sigue impartiendo sus
clases pétreas comenzando con su introducción: Decíamos ayer… acompañado por
infinidad de visitantes buscando la rana.
Admiramos
iglesias como la Clerecía de los jesuitas una joya del barroco, cuya
espectacular fachada está poco visible a causa de la proximidad de otros
edificios, alguno de ellos también emblemáticos como las Casa de las Conchas.
Visitamos también la Iglesia de la Purísima con sus cuadros de Ribera entre los
que destaca una bella virgen cuya advocación da nombre a la iglesia.
El
enlace matrimonial de nuestros amigos tuvo lugar en dos bellísimos marcos: la
Catedral Vieja y el Casino de Salamanca que realzaron a unos novios jóvenes y
simpáticos que comenzaban su nueva y seguro que feliz vida.
La
conclusión para mí es la misma de siempre: volveré a Salamanca cada vez que
pueda. Esa ciudad forma parte de mi personalidad y de mi acervo cultural.
Estudiar en Salamanca fue para mí un privilegio que nunca olvidaré.
Y hay que hacer caso al dicho: El que quiera
aprender, que vaya a Salamanca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario