viernes, 20 de abril de 2018


MÁSTERES LOW COST

Siempre he tenido un gran respeto por la Universidad española. Cuando pasé por sus aulas primero en Salamanca en su Facultad de Ciencias y posteriormente en la Universidad Politécnica de Madrid en su Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos,  tuve la sensación de que me encontraba dentro de una institución seria y rigurosa, quizá excesivamente. Pero vistos los acontecimientos producidos posteriormente, era lo que le correspondía mantener vigente a esta institución de rango superior: seriedad y rigor.

En mi época de estudiante había en España un número de universidades y escuelas técnicas que cubrían con suficiencia la demanda nacional de las diferentes titulaciones. Eso sí un buen número de alumnos teníamos que desplazarnos fuera de nuestras localidades de residencia para estudiar en ellas. Unos lo hacían con beca y otros, como yo, sin ella, ya que como mi padre era médico se consideraba que debía de ser rico. Nadie sabe bien los sacrificios que tuvieron que hacer él y mi madre para dar carrera a tres hijos.

En mi especialidad, entonces sólo existían dos Escuelas Técnicas Superiores de Ingenieros Agrónomos: la de Madrid una de las más antiguas dentro de las ingenierías y la de Valencia que entonces impartía sus primeros cursos en Burjasot.

Pasados los años en el ocaso del franquismo y más tarde cuando se instauró la transición en España, las universidades y escuelas de ingeniería proliferaron como setas en primavera lluviosa. No hay capital de provincia o ciudad destacada que no tenga un campus universitario que llevarse a la boca.

Como ejemplo, por la parte que me toca, hoy día puede estudiarse la carrera de Ingeniero Agrónomo o sus nuevos Grados y Másteres, que yo recuerde en las siguientes escuelas de ingeniería: Lugo, León, Badajoz, Sevilla, Córdoba, Ciudad Real, Valencia, Elche, Valladolid, Madrid, Barcelona, Lérida, Pamplona y La Laguna. Y seguro que me dejo alguna en el tintero. Esto en cuanto a la universidad pública. Y no incluyo en el recuento alguna universidad privada que también imparte la titulación.

Se ha pasado de 2 a como mínimo 14 escuelas de Ingenieros Agrónomos. Un número excesivo para las necesidades nacionales. E igualmente ha ocurrido en general con el número de universidades el cual se ha incrementado exageradamente. La consecuencia: reducción de la calidad de la enseñanza y del nivel de exigencia y politización de la institución ya que su financiación depende de instancias políticas. Eso como poco. Y todo sin contar otros defectos como la endogamia y el enchufismo y amiguismo que se palpan en una buena parte de esas instituciones. Aunque en el campo universitario hay de todo como en la viña del Señor. Sigue habiendo universidades muy respetables. Como las de antaño.

La politización y la dependencia financiera de la Universidad de entes políticos ha traído consigo que algunos padres de la patria y amiguetes con pocos escrúpulos se hayan aprovechado para enriquecer sus “curricula vitarum” con poco o ningún esfuerzo.

El episodio del master fantasma de la señora Cifuentes ha desenterrado toda la miseria que subyace en algunos de ellos, cuyos títulos parece que se otorgan como si se hiciera en un período de rebajas o fueran de “low cost” académico.  

Pero siguen existiendo másteres serios, con exigencia para profesores y alumnos y con buen nivel formativo para los postgraduados. Por eso no han de tirarse por tierra a todos los másteres, generalizando por lo que haya podido ocurrir en la Universidad Rey Juan Carlos con el de la presidenta de la Comunidad de Madrid o en otros casos en los que haya podido suceder algo semejante.

He impartido clase durante más de 20 años en los cursos y másteres de ingeniería de regadíos del Center (Centro Nacional de Tecnología de Regadíos.) del Ministerio de Agricultura y del Cedex del Ministerio de Fomento. Sus másteres estaban homologados por universidades españolas.

Puedo dar fe de la seriedad en su desarrollo. Duraban desde octubre a mayo de lunes a viernes ambos inclusive (6-7 horas diarias), se exigía la asistencia al menos al 80 % de las clases, en las que se pasaba lista diariamente mañana y tarde, se evaluaba por áreas y en cada una de ellas se ejecutaba un trabajo. Y lo más importante los asistentes “se comían los libros y apuntes” porque se matricularon voluntariamente al considerar el máster que cursaban como una herramienta decisiva para su formación y búsqueda posterior de empleo.

A algunas Universidades, no todas afortunadamente, le ha pasado lo que a las Cajas de Ahorro: la entrada de los políticos en ellas ha traído consigo la degeneración de costumbres. Y de ahí casos como el de Cifuentes.

No se puede otorgar un máster a una persona que se matricula fuera de plazo, que no asiste a las clases teniendo obligación de hacerlo, que su trabajo de fin de master no aparece por ningún lado y que el acta de aprobación está falsificada tal y como denuncian alguno de los profesores supuestamente firmantes.

Por el buen nombre de la Universidad expedidora debiera aclararse cuanto antes todo este embrollo incluso con la intervención judicial que ya está en marcha. Y en cuanto a la señora Cifuentes sería muy edificante que desfilara camino de su casa. Ya mismo. Aunque haya renunciado a su falso master de “low cost”.

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