MÁSTERES LOW
COST
Siempre
he tenido un gran respeto por la Universidad española. Cuando pasé por sus
aulas primero en Salamanca en su Facultad de Ciencias y posteriormente en la
Universidad Politécnica de Madrid en su Escuela Superior de Ingenieros
Agrónomos, tuve la sensación de que me encontraba
dentro de una institución seria y rigurosa, quizá excesivamente. Pero vistos
los acontecimientos producidos posteriormente, era lo que le correspondía
mantener vigente a esta institución de rango superior: seriedad y rigor.
En
mi época de estudiante había en España un número de universidades y escuelas técnicas
que cubrían con suficiencia la demanda nacional de las diferentes titulaciones.
Eso sí un buen número de alumnos teníamos que desplazarnos fuera de nuestras
localidades de residencia para estudiar en ellas. Unos lo hacían con beca y
otros, como yo, sin ella, ya que como mi padre era médico se consideraba que
debía de ser rico. Nadie sabe bien los sacrificios que tuvieron que hacer él y
mi madre para dar carrera a tres hijos.
En
mi especialidad, entonces sólo existían dos Escuelas Técnicas Superiores de
Ingenieros Agrónomos: la de Madrid una de las más antiguas dentro de las
ingenierías y la de Valencia que entonces impartía sus primeros cursos en
Burjasot.
Pasados
los años en el ocaso del franquismo y más tarde cuando se instauró la transición
en España, las universidades y escuelas de ingeniería proliferaron como setas
en primavera lluviosa. No hay capital de provincia o ciudad destacada que no
tenga un campus universitario que llevarse a la boca.
Como
ejemplo, por la parte que me toca, hoy día puede estudiarse la carrera de
Ingeniero Agrónomo o sus nuevos Grados y Másteres, que yo recuerde en las
siguientes escuelas de ingeniería: Lugo, León, Badajoz, Sevilla, Córdoba, Ciudad
Real, Valencia, Elche, Valladolid, Madrid, Barcelona, Lérida, Pamplona y La
Laguna. Y seguro que me dejo alguna en el tintero. Esto en cuanto a la
universidad pública. Y no incluyo en el recuento alguna universidad privada que
también imparte la titulación.
Se
ha pasado de 2 a como mínimo 14 escuelas de Ingenieros Agrónomos. Un número
excesivo para las necesidades nacionales. E igualmente ha ocurrido en general
con el número de universidades el cual se ha incrementado exageradamente. La
consecuencia: reducción de la calidad de la enseñanza y del nivel de exigencia
y politización de la institución ya que su financiación depende de instancias
políticas. Eso como poco. Y todo sin contar otros defectos como la endogamia y
el enchufismo y amiguismo que se palpan en una buena parte de esas
instituciones. Aunque en el campo universitario hay de todo como en la viña del
Señor. Sigue habiendo universidades muy respetables. Como las de antaño.
La
politización y la dependencia financiera de la Universidad de entes políticos
ha traído consigo que algunos padres de la patria y amiguetes con pocos
escrúpulos se hayan aprovechado para enriquecer sus “curricula vitarum” con
poco o ningún esfuerzo.
El
episodio del master fantasma de la señora Cifuentes ha desenterrado toda la
miseria que subyace en algunos de ellos, cuyos títulos parece que se otorgan
como si se hiciera en un período de rebajas o fueran de “low cost” académico.
Pero
siguen existiendo másteres serios, con exigencia para profesores y alumnos y
con buen nivel formativo para los postgraduados. Por eso no han de tirarse por
tierra a todos los másteres, generalizando por lo que haya podido ocurrir en la
Universidad Rey Juan Carlos con el de la presidenta de la Comunidad de Madrid o
en otros casos en los que haya podido suceder algo semejante.
He
impartido clase durante más de 20 años en los cursos y másteres de ingeniería
de regadíos del Center (Centro Nacional de Tecnología de Regadíos.) del
Ministerio de Agricultura y del Cedex del Ministerio de Fomento. Sus másteres
estaban homologados por universidades españolas.
Puedo
dar fe de la seriedad en su desarrollo. Duraban desde octubre a mayo de lunes a
viernes ambos inclusive (6-7 horas diarias), se exigía la asistencia al menos
al 80 % de las clases, en las que se pasaba lista diariamente mañana y tarde,
se evaluaba por áreas y en cada una de ellas se ejecutaba un trabajo. Y lo más
importante los asistentes “se comían los libros y apuntes” porque se
matricularon voluntariamente al considerar el máster que cursaban como una
herramienta decisiva para su formación y búsqueda posterior de empleo.
A
algunas Universidades, no todas afortunadamente, le ha pasado lo que a las
Cajas de Ahorro: la entrada de los políticos en ellas ha traído consigo la
degeneración de costumbres. Y de ahí casos como el de Cifuentes.
No
se puede otorgar un máster a una persona que se matricula fuera de plazo, que
no asiste a las clases teniendo obligación de hacerlo, que su trabajo de fin de
master no aparece por ningún lado y que el acta de aprobación está falsificada
tal y como denuncian alguno de los profesores supuestamente firmantes.
Por
el buen nombre de la Universidad expedidora debiera aclararse cuanto antes todo
este embrollo incluso con la intervención judicial que ya está en marcha. Y en
cuanto a la señora Cifuentes sería muy edificante que desfilara camino de su
casa. Ya mismo. Aunque haya renunciado a su falso master de “low cost”.
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