UT PLACEAT DEO ET HOMINIBUS
En
un paraje deleitoso, rodeado por el río Xerete (Jerte), cerca de un antiguo
asentamiento romano denominado Ambracia o Ambrosía, Alfonso VIII fundó en el
año 1186 una ciudad para que agradase a Dios y a los hombres (Ut placeat Deo et
hominibus) tal y como reza el lema que luce la filacteria de su escudo. Se
trata de la ciudad de Plasencia. La historia de su nacimiento como urbe ha sido
narrada de un modo muy brillante por el escritor Jesús Sánchez Adalid en su
novela El Alma de la Ciudad.
Nací
allí pero hace muchos años que no resido en esta hermosa población, ya que por
razones profesionales hube de trabajar en otros lugares. Pero no pierdo ocasión
de visitarla pues sigue ejerciendo sobre mí un fuerte atractivo.
No
en vano mi adolescencia y juventud transcurrieron en ella y eso deja huella
indeleble en uno. Descubrí la ciudad cuando yo era aún niño de la sabia mano de
mi abuelo Ignacio. Él me mostró por primera vez los diversos barrios, rincones
y monumentos que atesora esta espléndida urbe asentada en las riberas de un río
casi siempre caudaloso: el río Jerte que tiene su nacimiento en las montañas
que forman la divisoria entre Extremadura y Castilla y León.
Este
puente del primero de mayo he vuelto a recalar en la ciudad acompañando a mi
mujer y a unos excelentes amigos: Mari Carmen y Pedro. Coincidí con él en el
colegio marista de Plasencia y después de casi 50 años sin contacto he vuelto a
reencontrarme con ellos en Cáceres. Y hemos retomado aquella antigua amistad juvenil.
Preparamos
el viaje a la perla del Valle para recorrer los rincones placentinos que un
buen amigo nuestro, Francisco Javier López Lorente compañero del colegio, ha
reflejado con gran maestría en su libro de acuarelas titulado, Plasencia:
trazos y colores.
Pedro
aunque no ha nacido allí sino en Cañaveral, es un enamorado de la ciudad
placentina puesto que en ella pasó varios años de su adolescencia como alumno
interno del colegio marista. En donde.por cierto, obtenía unas brillantes calificaciones.
Tuvimos
suerte con el tiempo. Aunque llovió algo al principio, poco después el cielo se
fue despejando e incluso lució el sol. Lo cual nos permitió dar un amplio paseo
por toda la ciudad pudiendo admirar la muralla y las puertas abiertas en ella,
los palacios y casas solariegas, las iglesias y conventos y en general un casco
histórico bastante bien conservado con alguna excepción como la Casa de las Dos
Torres o palacio de los Monroy, monumento sobre el que la autoridad competente
debería tomar decisiones que impidan que continúe su deterioro.
Admiramos
varias de las siete puertas sitas en la muralla de la ciudad: Sol, Trujillo y
Berrozana y algunos lienzos de la misma restaurados que nos revelan el modo en
que la ciudad se defendía en el medievo de posibles ataques.
En
el año 1189 el papa Clemente III fundó la diócesis de Plasencia, nombrando como
primer obispo a Don Bricio, que reunía la condición de mitad monje, mitad
soldado y que ayudó al rey fundador Alfonso VIII con las mesnadas placentinas
en diferentes episodios bélicos de la época.
La
sede de la diócesis que se extiende por tres provincias españolas: Salamanca,
Cáceres y Badajoz, radica en sus dos hermosas catedrales. La vieja de estilo
románico cuyo arquitecto fue Juan Francés, junto a la nueva gótica y plateresca
que quedó inconclusa ya que sólo llegó a edificarse una mitad paredaña con la
catedral antigua. En la construcción de la nueva seo intervinieron los más
destacados arquitectos de la época: Juan de Álava, Francisco de Colonia, Alonso
de Covarrubias, Diego de Siloe y Rodrigo Gil Ontañón.
El
monumento se mantiene esplendoroso tras su reciente restauración siendo uno de
los monumentos religiosos más notables de Extremadura y el edificio
catedralicio de mayor importancia arquitectónica de la región.
Contemplamos
la antigua judería, la más importante de las ubicadas en el territorio de la
diócesis y sobre cuyos restos se levantaron edificios tan notables como el
palacio del Marqués de Mirabel y la Iglesia de Santo Domingo con su convento
anexo que ha sido restaurado con gran acierto y convertido en Parador de
Turismo el cual mantiene un excelente nivel de servicios. Se encuentra entre
los cinco paradores de turismo españoles mejor calificados por los huéspedes
que los visitan.
Con
sus casi 41.000 habitantes Plasencia une hoy día tradición y modernidad. Su
casco histórico coexiste y se integra con una ciudad moderna y pujante, capital
de la alta Extremadura y centro neurálgico de comarcas de una gran belleza y
potentes recursos naturales como La Vera, los Valles del Jerte, del Ambroz y
del Alagón, la Sierra de Gata y Las Hurdes o el cercano Parque Nacional de
Monfragüe.
No
faltaron unas “cañas” en la plaza Mayor, costumbre típicamente placentina, ante
la mirada del abuelo Mayorga. Un excelente almuerzo en Casa Tomás restaurante
que es un emblema de la gastronomía local y que se encuentra cerca del
acueducto del siglo XVI que antaño abasteciera de agua a Plasencia, puso punto
y final a una visita durante la que pudimos disfrutar una vez más de la belleza
de la ciudad en la que vi la luz. Volveremos. Merece la pena el viaje.
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