¡AY SEÑOR,
SEÑOR¡
Erase
una vez un país situado en el sur de Europa con apariencia de piel de toro.
Predominaban en sus habitantes y “habitantas” la tez y el cabello de color
morenos, aunque también los había de rostro claro y cabello rubio con aspecto
de nórdicos.
Desde
antiguo este territorio estuvo gobernado por reyes. Aunque se dieron algunos
interregnos. Hubo dos breves repúblicas con resultados poco esperanzadores y
una dictadura, esta vez más larga pues duraría casi 40 años, de consecuencias
aún peores.
El
dictador decidió que a su muerte en el lecho - nadie osó en España intentar
derrocarlo aunque luego de su defunción muchos presumieran de ello – quedaría
restaurada la monarquía. Pero en lugar de continuar la línea sucesoria del
monarca que abandonó el poder en 1931 para dar paso a la II República, se saltó
a su hijo, heredero natural, e impuso al nieto de aquel rey para que continuara
la tradición monárquica.
El
nieto ascendió al trono y fue refrendado con la nueva Constitución por los
habitantes y “habitantas” del reino. Con anterioridad había contraído
matrimonio con una princesa griega de la que tuvo tres hijos los cuales fueron
educados del modo más refinado, en las mejores instituciones y con eximios preceptores.
Toda la familia real vivía y vive holgadamente del presupuesto nacional gozando
del nivel de vida más alto del país si se valoran todas las circunstancias:
dinero, poder, honores, consideración social e inmunidad de la que disfrutan.
El
desarrollo democrático trajo consigo que los hijos del Rey, entre ellos el
futuro monarca casaran con personas plebeyas: un hijo de noble venido a menos,
un jugador de balonmano internacional español y una avispada periodista. Las
nupcias se llevaron a cabo en lugares perfectamente calculados. Unas en Sevilla
para contentar a las gentes del sur; otras en Barcelona, ya se imaginan para
qué y las terceras, las del futuro Rey, en la capital Madrid, crisol de todas
las Españas.
El
jugador de balonmano y su infanta esposa fijaron su residencia en la Ciudad
Condal y tras “reñida competencia” consiguieron unos bien remunerados puestos
de trabajo en Telefónica y la Caixa. Ella era licenciada en Ciencias Políticas
y Máster en Relaciones Internacionales y el atleta dicen que licenciado en
Empresariales. Mantener su alto nivel social - ella estaba acostumbrada a él
por su origen real - requirió la compra de un palacete en Pedralbes. Una
fruslería de 9 millones de euros. Cifra que consiguieron con facilidad. La
Caixa prestaba lo necesario.
Como
para disfrutar de un alto “standing” se necesita “pasta”, el atleta se buscó un socio
y constituyó la fundación Nóos y una empresa pantalla denominada Aizoon. En
esta última figuraban como socios y administradores al 50 % el balonmanista y
la infanta.
Usando
este entramado se dedicaron a promocionar eventos, casi siempre deportivos,
para lo que contactaban con administraciones públicas utilizando como gancho al
yerno del rey, antaño deportista de élite. A base de trapicheos, facturas
falsas o infladas, autocontratos y otras lindezas se llevaron un buen dinero.
Varios millones de euros.
Pero
fueron denunciados en Palma de Mallorca. Y aquí comenzó el drama. Confiados en
que se echaría tierra al asunto, intentaron marear la perdiz y distraer al
personal con trampantojos diversos. Pero tuvieron la desdicha de topar con un
juez irreductible. Que sentó en el banquillo a un montón de investigados, entre
ellos a la infanta y a su atlético marido.
Y
todo a pesar de la defensa a ultranza que de la infanta hicieron el fiscal que
actuaba más como abogado defensor que como tal, la abogada del Estado que se
erigió en otra defensora más de la pareja y la Agencia Tributaria que incluso
llegó a modificar informes para estimar como deducibles facturas falsas y así
evitar el delito fiscal. Sólo se mantuvo íntegra la acusación particular que
además resultó ser otro entramado poco claro.
El
juicio se ha ido alargando, como es consustancial con nuestra justicia lenta
como una tortuga, estando pendiente de sentencia. A pesar de ser investigados y
existir indicios de culpabilidad
bastante claros, la infanta y su marido nunca mostraron arrepentimiento y ella
se negó a renunciar a su derecho en la línea sucesoria de la corona a pesar de
que se lo pidieran su padre y su hermano el nuevo Rey.
En
el colmo de la soberbia y del orgullo, al término de la vista oral del juicio
la infanta exclamó que “estaba deseando que terminara todo para no volver a pisar
este país” o sea España.
Este
comportamiento altanero es consecuencia de un tipo de educación basada en el
privilegio. Da lugar a seres favorecidos desde la cuna, los cuales en su
prepotencia y soberbia piensan que tienen derecho de pernada y la posibilidad
de conculcar las leyes y hacer de su capa un sayo sin tener que dar cuenta de
sus conductas delictivas. En su torpeza no son capaces de asimilar que su
educación, su nivel de vida, sus puestos de trabajo y sus privilegios los han
obtenido a costa del bolsillo de los, para ellos, súbditos españoles.
Por
eso sólo me resta exclamar ¡Ay Señor, Señor¡
Feliz 2017 a todos mis
lectores. Y gracias por el tiempo que dedican a este blog.
Y lo que nos quedará por ver.
ResponderEliminarFeliz 2017, José Ignacio.