viernes, 30 de diciembre de 2016

¡AY SEÑOR, SEÑOR¡

Erase una vez un país situado en el sur de Europa con apariencia de piel de toro. Predominaban en sus habitantes y “habitantas” la tez y el cabello de color morenos, aunque también los había de rostro claro y cabello rubio con aspecto de nórdicos.

Desde antiguo este territorio estuvo gobernado por reyes. Aunque se dieron algunos interregnos. Hubo dos breves repúblicas con resultados poco esperanzadores y una dictadura, esta vez más larga pues duraría casi 40 años, de consecuencias aún peores.

El dictador decidió que a su muerte en el lecho - nadie osó en España intentar derrocarlo aunque luego de su defunción muchos presumieran de ello – quedaría restaurada la monarquía. Pero en lugar de continuar la línea sucesoria del monarca que abandonó el poder en 1931 para dar paso a la II República, se saltó a su hijo, heredero natural, e impuso al nieto de aquel rey para que continuara la tradición monárquica.

El nieto ascendió al trono y fue refrendado con la nueva Constitución por los habitantes y “habitantas” del reino. Con anterioridad había contraído matrimonio con una princesa griega de la que tuvo tres hijos los cuales fueron educados del modo más refinado, en las mejores instituciones y con eximios preceptores. Toda la familia real vivía y vive holgadamente del presupuesto nacional gozando del nivel de vida más alto del país si se valoran todas las circunstancias: dinero, poder, honores, consideración social e inmunidad de la que disfrutan.  

El desarrollo democrático trajo consigo que los hijos del Rey, entre ellos el futuro monarca casaran con personas plebeyas: un hijo de noble venido a menos, un jugador de balonmano internacional español y una avispada periodista. Las nupcias se llevaron a cabo en lugares perfectamente calculados. Unas en Sevilla para contentar a las gentes del sur; otras en Barcelona, ya se imaginan para qué y las terceras, las del futuro Rey, en la capital Madrid, crisol de todas las Españas.  

El jugador de balonmano y su infanta esposa fijaron su residencia en la Ciudad Condal y tras “reñida competencia” consiguieron unos bien remunerados puestos de trabajo en Telefónica y la Caixa. Ella era licenciada en Ciencias Políticas y Máster en Relaciones Internacionales y el atleta dicen que licenciado en Empresariales. Mantener su alto nivel social - ella estaba acostumbrada a él por su origen real - requirió la compra de un palacete en Pedralbes. Una fruslería de 9 millones de euros. Cifra que consiguieron con facilidad. La Caixa prestaba lo necesario.

Como para disfrutar de un alto “standing” se necesita “pasta”, el atleta se buscó un socio y constituyó la fundación Nóos y una empresa pantalla denominada Aizoon. En esta última figuraban como socios y administradores al 50 % el balonmanista y la infanta.

Usando este entramado se dedicaron a promocionar eventos, casi siempre deportivos, para lo que contactaban con administraciones públicas utilizando como gancho al yerno del rey, antaño deportista de élite. A base de trapicheos, facturas falsas o infladas, autocontratos y otras lindezas se llevaron un buen dinero. Varios millones de euros.

Pero fueron denunciados en Palma de Mallorca. Y aquí comenzó el drama. Confiados en que se echaría tierra al asunto, intentaron marear la perdiz y distraer al personal con trampantojos diversos. Pero tuvieron la desdicha de topar con un juez irreductible. Que sentó en el banquillo a un montón de investigados, entre ellos a la infanta y a su atlético marido.

Y todo a pesar de la defensa a ultranza que de la infanta hicieron el fiscal que actuaba más como abogado defensor que como tal, la abogada del Estado que se erigió en otra defensora más de la pareja y la Agencia Tributaria que incluso llegó a modificar informes para estimar como deducibles facturas falsas y así evitar el delito fiscal. Sólo se mantuvo íntegra la acusación particular que además resultó ser otro entramado poco claro.

El juicio se ha ido alargando, como es consustancial con nuestra justicia lenta como una tortuga, estando pendiente de sentencia. A pesar de ser investigados y existir  indicios de culpabilidad bastante claros, la infanta y su marido nunca mostraron arrepentimiento y ella se negó a renunciar a su derecho en la línea sucesoria de la corona a pesar de que se lo pidieran su padre y su hermano el nuevo Rey.

En el colmo de la soberbia y del orgullo, al término de la vista oral del juicio la infanta exclamó que “estaba deseando que terminara todo para no volver a pisar este país” o sea España.

Este comportamiento altanero es consecuencia de un tipo de educación basada en el privilegio. Da lugar a seres favorecidos desde la cuna, los cuales en su prepotencia y soberbia piensan que tienen derecho de pernada y la posibilidad de conculcar las leyes y hacer de su capa un sayo sin tener que dar cuenta de sus conductas delictivas. En su torpeza no son capaces de asimilar que su educación, su nivel de vida, sus puestos de trabajo y sus privilegios los han obtenido a costa del bolsillo de los, para ellos, súbditos españoles.

Por eso sólo me resta exclamar ¡Ay Señor, Señor¡

Feliz 2017 a todos mis lectores. Y gracias por el tiempo que dedican a este blog.



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