NEW YORK, NEW
YORK
Ofuscado aún por los efectos del “jet lag”
resuenan en mi mente las notas de la canción
“New York, New York” que Frank Sinatra hiciera mundialmente famosa, la
cual fue compuesta por John Kander y escrita por Fred Ebb unos años antes para
la película protagonizada por Liza Minnelli que llevaba el nombre de la ciudad.
He
pasado una semana en Nueva York junto con mi mujer, mis dos hijas y mi yerno.
El inglés fluido de estos tres últimos y su conocimiento de la ciudad adquirido
en visitas anteriores han sido decisivos para aprovechar bien el tiempo y poder
conocer con cierto detalle esta gran urbe en una estancia que ha sido
relativamente corta.
En
mis viajes fuera de España nunca había priorizado darme un garbeo por la Gran
Manzana, tal vez porque es una ciudad muy manoseada en la televisión ya que
aparece continuamente en los informativos y también en lo que a mí concierne
por un poco fundado antiamericanismo proveniente de mis tiempos juveniles y de
la guerra de Irak. Pero alguna vez tenía que ser la primera y organizamos el
viaje.
La
verdad es que no me arrepiento de haber visitado Nueva York una ciudad
cosmopolita al máximo que puede considerarse la cabeza financiera, política y
pensante del orden mundial además de una urbe fantástica por sus dimensiones.
En estos días estaba embellecida al máximo por las luces que iluminan el
período navideño.
He
podido apreciar que es una ciudad bastante segura. Me he movido por ella con absoluta
libertad, sin impedimentos de ningún tipo y siempre con la presencia directa o intuida
de los coches de la policía local (NYDP – Police) que tanto se ven en las
películas americanas. En este aspecto todo en orden.
Sus
suntuosos edificios constituyen un repertorio de la arquitectura más avanzada.
Desde el Empire State construido en 1931, hasta el One World Trade Center o
Freedom Tower que ha sustituido a las torres gemelas destruidas en un criminal
acto terrorista en 2001. Hay infinidad de rascacielos que son un muestrario de
avances constructivos. El edificio Chrysler o el Rockefeller Center son ejemplo
de ello. Ahora está de moda la Trump Tower en la Quinta Avenida, la cual es foco
de la atención mediática y también de protestas diversas contra las políticas
que parece aplicará el nuevo presidente americano.
Extensos
y animados parques como el Central Park con una superficie de 3,41 Km2 dan belleza y oxígeno a la ciudad y son lugar
de esparcimiento y paseo para los neoyorkinos y los millones de turistas
visitantes.
Obras
de ingeniería como el puente de Brooklyn o el de Manhattan también dan fe de
los avances tecnológicos que ha habido en Estados Unidos casi desde sus
orígenes como nación independiente en 1776.
Su
aeropuerto principal, el JFK, es inmenso a la vez que funcional. No se ha
optado por el despilfarro constructivo sino por la eficiencia. El resultado es
una instalación cómoda para los viajeros. Sus controles de entrada en contra de
lo que pudiera parecer se resuelven con relativa rapidez. Los he pasado
bastante más complicados en China, Israel o en la India.
La
ciudad presenta un muestrario cultural de primer orden: he visitado el
Metropolitan Museum, el Moma, la Frick Collection, el Museo de Ciencias
Naturales o la Biblioteca Pública de Nueva York. A todo esto unan los teatros de Broadway.
La
NBA es un espectáculo baloncestístico extraordinario. Presencié un partido en
el Madison Square Garden entre el New York Knicks y el Sacramento Kings que fue
un prodigio de buen baloncesto jugado a endiablada velocidad que yo creo es lo
que le distingue de otras competiciones similares. Lleno absoluto y un gran
ambiente.
Pero
no todo son luces en Nueva York. El metro es una instalación bastante antigua
aunque funciona las 24 horas del día, eso sí con un ritmo de circulación menor
por la noche. Y en las horas punta abarrotado como en todas partes. En
Manhattan el 75 % de la población no dispone de vehículo, por contraposición a
la media nacional que es del 8 %, por lo que el uso del transporte público es
masivo.
También
he observado importantes deficiencias en las infraestructuras viarias, baches y
pavimentos muy deteriorados, túneles de gran longitud sin las mínimas
condiciones de seguridad vial, circunstancias que si se dieran en España
estaríamos elevando airadas protestas a los responsables de estas
instalaciones. En todas partes cuecen habas.
Y
he dejado para el final el momento más emocionante de mi estancia en Nueva
York. Fue la visita a la zona cero en donde se ubicaban las Torres Gemelas
destruidas por el terrorismo yihadista en un acto de una monstruosa osadía que
logró sorprender a la seguridad del país más seguro del mundo. Más de tres mil
muertos inocentes dan que pensar en la atrocidad que se cometió allí. Sus
nombres figuran en el sencillo memorial ubicado en el solar donde estaba una de
las torres. Y son objeto del homenaje diario de todos los visitantes.
Una
observación adicional. Nada más entrar en la terminal del aeropuerto JFK me
topé con banderas de los EE.UU. Casi igual que en España donde procuramos
esconderlas.
En
todo caso, si no lo han hecho y tienen oportunidad, visiten Nueva York. Merece
la pena.
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