PLASENCIA:
BRILLANTE TRANSITUS
He
tenido la oportunidad de contemplar recientemente la XXVI edición de la muestra
Las Edades del Hombre que, bajo el expresivo lema “Transitus”, está teniendo lugar
en un marco espléndido: el conjunto de las catedrales vieja y nueva de la
ciudad de Plasencia.
Un
grupo de amigos hemos disfrutado de este magno certamen de arte sacro y también
de la ciudad de Plasencia, la perla del Valle como indica su himno, que luce todo
su esplendor tanto en el casco antiguo, que muestra una gran diversidad de
templos, conventos, palacios y casas solariegas, como en la parte moderna de la
ciudad.
La
Fundación Edades del Hombre, con el apoyo de la Junta de Extremadura, del
Ayuntamiento placentino y del Obispado, y con el patrocinio de varias entidades
y empresas, está obteniendo un brillante éxito en esta edición, cuya duración
se extenderá entre mayo y diciembre.
En
siete capítulos se muestra al espectador el “Transitus” (tránsito), es decir,
el camino recorrido por la ciudad de Plasencia y su diócesis a lo largo del
tiempo. El cual comenzó con la fundación de la urbe en 1186 por el rey Alfonso
VIII, quien otorgó a la nueva villa el lema “Ut placeat Deo et hominibus” (Para
agradar a Dios y a los hombres) a incluir en la filacteria de su escudo. Adecuada
divisa para una bella, deleitosa y acogedora ciudad.
Plasencia,
desde su fundación como tierra de paso en la Reconquista, se convirtió en un punto
de confluencia de las tres culturas: judía, musulmana y cristiana. La ciudad
transita desde la Edad Media a la Moderna, tal y como se muestra en uno de los
capítulos.
La
diócesis fue creada en 1189, iniciando el episcopologio placentino el obispo
Don Bricio, que tal y como describe bellamente Sánchez Adalid en su libro El
alma de la Ciudad, era mitad monje y mitad soldado, habiendo participado con su
hueste en diversos episodios guerreros al lado de su rey Alfonso VIII, entre
otros en la batalla de Alarcos.
En
otro de los capítulos se recoge el sentido teológico de la palabra tránsito en
su vertiente salvadora del mundo. Dios no duda en enviar al Hijo para conseguir
con su pasión y muerte la salvación del hombre pecador.
Otro
apartado aborda cómo Plasencia y su diócesis, son testigo de las reformas del
catolicismo llevadas a cabo en el concilio de Trento, que se celebró en tres
fases entre los años 1545 y 1563, durante los reinados de Carlos I de España (V
de Alemania) y de su hijo Felipe II.
Se
da cuenta de la participación de placentinos y extremeños en el descubrimiento
del Nuevo Mundo y en su evangelización, aspectos que se muestran en los dos
últimos capítulos de la exposición, la cual se cierra con un epílogo dedicado
al misterio de la Asunción de la Virgen María, a quien está dedicada la
catedral nueva de Plasencia.
Un
marco incomparable como es el de las catedrales placentinas, la antigua,
románica obra del maestro Juan Francés, y, adosada a la anterior, la nueva,
gótico – plateresca, en la que intervinieron arquitectos de tanto renombre como
Juan de Álava, Rodrigo Gil Ontañón, Alonso de Covarrubias, Francisco de Colonia
o Diego de Siloé, acoge una extensa muestra de documentos y obras de arte sacro,
la mayoría de ellos procedentes de templos, museos o instituciones de
Extremadura, pero también de otras partes de España, los cuales nos permiten
recorrer un camino tan fecundo en arte como el que se muestra en Transitus.
Pinturas,
esculturas, documentos y elementos de la liturgia (custodias, cálices o
cruces), salidos de las manos de artistas de renombre forman parte de la
exposición.
Por
sólo citar los autores más significativos, se exponen obras de El Greco,
Zurbarán, Luis de Morales, José de Mera, Rizi, Claudio Coello, Gregorio
Fernández, Juan de Valdés Leal, Martínez Montañés o Pérez Comendador, pero
también pinturas y esculturas de autores anónimos, con un gran valor artístico.
Un
numeroso grupo de visitantes accedía a la muestra el día de nuestra visita, de
modo que había que regular la entrada para conseguir que no hubiera un número
excesivo de personas en el interior de la exposición. Esta circunstancia es un
indicador del éxito que está consiguiendo la edición placentina de Las Edades
del Hombre. Los comentarios escuchados a la salida eran elogiosos para este
importante evento, destacando su buena organización.
Tan
sólo encontré una leve deficiencia. Si no llevas audioguía, el tamaño de la
letra de los rótulos indicadores de las diversas obras, resulta un poco
reducido sobre todo en las áreas de menos iluminación.
Y
como es lógico también disfrutamos del ambiente festivo de una ciudad como
Plasencia, que estaba llena de visitantes que acuden a conocer las Edades del
Hombre.
Las
terrazas e instalaciones de hostelería ubicadas en la Plaza Mayor, que es el
centro neurálgico de la ciudad, donde el abuelo Mayorga sigue, impasible, dando
las horas, estaban a reventar y era difícil encontrar un sitio.
Durante
el “cañeo”, actividad típica placentina, que acompaña a la cerveza fresquita con
excelentes tapas, yo creo que cada vez mejores y más variadas, y que transcurre
por la plaza principal y por las plazuelas y rúas adyacentes, disfrutamos de un
rato muy agradable antes de acometer un adecuado almuerzo.
Todo
lo vivido nos hizo comprobar que tal y como reza el lema de su escudo, la
ciudad placentina está hecha para agradar a Dios, como se demuestra con sus
catedrales, templos, ermitas, conventos y centros religiosos, pero también a
los hombres, con el buen ambiente festivo que reinaba en sus calles y plazas.
Les
recomiendo encarecidamente a mis lectores que, si no lo han hecho todavía,
visiten este magno acontecimiento de Las Edades del Hombre, en la hermosa y
acogedora ciudad de Plasencia. Me lo agradecerán.
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