TIEMPOS DIFÍCILES PARA LA TAUROMAQUIA
Fue
mi abuelo Ignacio quien me introdujo en el mundo del toro de lidia. La escuela
donde tuvo lugar mi aprendizaje fue la plaza de toros de Plasencia, mi ciudad
natal, uno de los ruedos más importantes de Extremadura, en el que se celebran destacadas
corridas de toros en su feria de junio. A esos espectáculos acuden gentes de muchas
ciudades de España y por supuesto de todas las comarcas aledañas a la ciudad
del Jerte.
Por
entonces había mucha afición en el coso placentino, por donde desfilaban los
mejores toreros y ganaderías. A lo largo de la temporada y fuera de feria, se
daban una serie de novilladas en las que participaban toreros jóvenes y no tan
jóvenes: Mirabeleño, el padre de Juan Mora, Antonio García “Currito”, Antonio
Mahillo un novillero de Cabezuela que arrastraba muchos aficionados del valle
del Jerte, Alejandro García Montes, Manolo Peñaflor o Agapito Sánchez Bejarano
que llegaría a ser un notable matador de toros.
Mi
abuelo Ignacio me llevaba a la plaza y me explicaba los diferentes tercios de
la lidia, las distintas clases de pases, el tipo y el trapío de los toros, en
fin, todas las características de la tauromaquia, aderezada de historias sobre
la trayectoria de los principales toreros.
Los
toros en aquel tiempo estaban en pleno apogeo. Las plazas se llenaban de una
afición con grandes deseos de experimentar las emociones que la fiesta nacional
trae consigo, así como disfrutar con la belleza artística del buen toreo cuyos
cánones se contienen en tres verbos: parar, templar y mandar. En resumen,
dominar el empuje del toro con la inteligencia y conocimientos del diestro. No
figuraban en estos cánones verbos como agredir al toro, sólo castigarlo para
poner su fuerza en condiciones similares a las del torero: de ahí el tercio de
varas y las banderillas. Pero quedaba excluido cualquier tipo de crueldad con
un animal tan bello y noble como el toro de lidia.
Hoy
día no corren buenos tiempos para el mundo de los toros. Aunque la tauromaquia
tiene el carácter de bien cultural, la progresía andante, sobre todo los
animalistas y los radicales de izquierda, con el apoyo de parte de la izquierda
más moderada, parecen decididos a terminar con ella.
Con,
en mi opinión, una ignorancia supina de lo que es y significa el mundo del toro
de lidia. Aplican criterios frentistas que tanto les gustan y han sentenciado
que el mundo del toro es de derechas y van a por él. Ya se sabe: las dos
Españas. Tal vez García Lorca o Hemingway eran de derechas. Pero es que no dan
más de sí.
Un
buen número de ayuntamientos han eliminado las ayudas que se otorgan al mundo
del toro, un bien cultural como el cine, el teatro o la música, que resulta
menospreciado sobre las otras artes que mantienen o aumentan las subvenciones.
Hay excepciones. Algunas comunidades autónomas como la Junta de Extremadura,
establecen ayudas en apoyo de la tauromaquia.
La
tauromaquia ha sido seguida y tratada por artistas e intelectuales de todas las
épocas que han encontrado en ella: belleza, emoción, plasticidad y riesgo para
el matador que se juega la vida. Y también un acontecimiento social en el que
participan miles de espectadores. Millones a lo largo de una temporada.
Pero
las generaciones taurinas están desapareciendo en el tiempo y los más jóvenes,
con las redes sociales manipuladas, ignoran la belleza y la complejidad del
mundo del toro. Mundo que nadie les explica.
La
fiesta nacional es muy compleja y comienza con el mantenimiento genético de una
raza de toro (Bos Taurus), distinta de las otras de su especie, cuya aptitud es
la fiereza, la bravura y la acometividad. No es una raza de aptitud cárnica o
de trabajo, es una raza que en sus genes guarda la bravura y la nobleza que
permite el espectáculo del toro y el torero que es la corrida.
Gracias
a la existencia del toro de lidia, se mantiene en adecuadas condiciones de
explotación sostenible una extensa superficie de un ecosistema tan singular
como la dehesa. Un buen número de ganaderías de bravo ocupan importantes extensiones
de dehesa en Castilla y León, Extremadura, Andalucía o Castilla la Mancha y en
menor medida en otras regiones españolas en las que pastan y se reproducen los
toros de lidia.
La
tauromaquia no es sólo patrimonio español, también se extiende por Portugal, el
sur de Francia (hay plazas emblemáticas como Arlés o Nimes con coliseos romanos
habilitados para dar festejos) y en la América española: Méjico, Perú, Ecuador
o Colombia.
Pero
los poderes públicos parece que no están por la labor de mantener la fiesta y
sus tradiciones de siglos. El episodio de la coronavirus está demostrando que
los gobernantes españoles no están por la defensa de la tauromaquia. La fiesta
nacional está siendo abandonada a su suerte, siendo objeto de trabas de todo
tipo que llevarán al desempleo a un elevado número de españoles que viven de
ella: ganaderos, mayorales, vaqueros y personal auxiliar; toreros,
rejoneadores, banderilleros y picadores; personal auxiliar en las corridas,
veterinarios que prestan sus servicios en las ganaderías y en todo el proceso
taurino, verán en peligro sus puestos de trabajo. Y de paso sufrirán la dehesa
y su biodiversidad.
Como
ejemplo en las fases 2 y 3 del “desescalamiento” de la pandemia de la Covid 19,
se permiten festejos taurinos, pero con un aforo máximo de 400 y 800 personas
respectivamente. Imagínense una plaza
como las Ventas madrileña de 24.000 localidades o la Maestranza sevillana con
más de 13.000, ocupadas por tan reducido número de espectadores. Es inviable
desde el punto de vista económico y artístico también. Quien ha redactado esta
norma no tiene idea de los costes y de lo que un espectáculo de toros
representa. O lo que es peor sí la tiene y pretende que la fiesta desaparezca.
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