viernes, 14 de diciembre de 2018


EXTREMADURA PODRÍA RESPIRAR MEJOR

He leído detenidamente el reciente artículo del presidente Ibarra titulado: Extremadura respira. Como es normal hay cosas de él en las que estoy de acuerdo y otras en las que disiento.

Les adelanto que tengo el máximo respeto por la persona de Juan Carlos Rodríguez Ibarra y por su labor al frente de la Junta de Extremadura durante el amplio período en el que ocupó su presidencia. Creo que fue un político coherente y honesto.

También he de decir que soy y me siento extremeño y por eso me duele Extremadura cuando le va mal y disfruto cuando le va bien. La mayor parte de mi carrera profesional, 37 años de la misma, ha transcurrido en mi tierra. Desde los puestos que he ocupado en sus administraciones tanto central como autonómica he procurado trabajar con ahínco por mejorar la situación de la región. Actitud que no considero un mérito sino simple coherencia con mis convicciones.

Extremadura ha sido secularmente una región abandonada del poder central. Su situación geográfica: un fondo de saco mal comunicado, con la raya fronteriza portuguesa a sus espaldas y su devenir histórico: región de frontera en la Reconquista y territorio de reparto que acabó en manos del clero, la nobleza, las órdenes militares y los latifundistas, determinó la inexistencia de la burguesía, que en otras regiones españoles propició su desarrollo.

Tampoco fue beneficiada por la dictadura franquista. Muy al contrario, el franquismo favoreció descaradamente a las regiones con más desapego de España (Cataluña y el País Vasco) y con esta política propició una fuerte emigración extremeña hacia esas comunidades más ricas privando a Extremadura de un factor tan importante como la población.

A la llegada del estado de las autonomías la situación de partida de Extremadura era de un notable atraso. El régimen la había abandonado y con su historia a cuestas salíamos de muy atrás en el contexto nacional. Éramos los últimos. Y por eso tiene razón Ibarra al decir que las comparaciones han de hacerse con la situación desde la que se partió.

La Junta de Extremadura con la decisiva ayuda de los fondos comunitarios procedentes de la UE ha hecho un trabajo encomiable para mejorar la situación. Hoy día Extremadura se parece muy poco a la de principios de los 80 cuando la Junta recibió las competencias más importantes.

Se ha llevado a cabo una gran labor sobre todo en infraestructuras: disponemos de una red de carreteras autonómicas que está al nivel de las mejores de España con las autovías EX A1 y EX A2 muy bien diseñadas para articular el norte de Extremadura y las Vegas Altas; el abastecimiento urbano está prácticamente asegurado y la depuración de aguas residuales alcanza a todos los núcleos con más de 2.000 habitantes equivalentes y se trabaja en los núcleos pequeños. Lo mismo puede decirse sobre las mejoras notables conseguidas en las infraestructuras de educación, sanidad y tecnológicas, así como en políticas sociales.

Pero a Extremadura le ha faltado la industrialización. Se ha hecho algo, aunque falta mucho por hacer, en la industria agroalimentaria que debe aprovechar la potencialidad de la región en sus tierras, sus aguas y sus hombres del medio rural. Y como novedoso se ha de propiciar la industria basada en las nuevas tecnologías: nanotecnología, biotecnología, industria de la sanidad y comunicaciones. Aquí la universidad de Extremadura, muy joven todavía puesto que nació en 1973, debe jugar un papel importante reestructurando y reorientando sus titulaciones.

Ha habido errores en este tiempo. Aunque no sea políticamente correcto decirlo, en mi opinión se ha exagerado la política ambiental. Es absurdo que Extremadura tenga un 35 % de su territorio protegido e inserto en la red Natura 2000. Esta política proteccionista excesiva ha sido y sigue siendo un corsé para el desarrollo extremeño.

Otro error notable fue que la Junta de Extremadura consintiera el cierre de la vía férrea Ruta de la Plata en lugar de exigir su mantenimiento, mejora y adecuación.

Aunque Extremadura ha cambiado mucho para bien, no logramos converger con el resto de España y lentamente nos vamos alejando en los indicadores que normalmente se usan para medir el desarrollo regional: el PIB, la renta disponible, el paro o la pérdida de población, la cual conlleva la exportación de talento.

Hay otros índices menos negativos para nuestra región como podría ser la calidad de vida. Pero este es un indicador mucho más etéreo y subjetivo y que normalmente no es usado como medida del desarrollo de los pueblos.

Nuestra situación sólo puede mejorarse orientando las políticas autonómicas a la industrialización como ya he advertido. La industria agroalimentaria, las energías renovables, y la industria de las nuevas tecnologías junto con el turismo, necesitan ya una infraestructura ferroviaria decente que hoy no existe, así como una ubicación más centrada del aeropuerto regional.

Es Extremadura una región de potencialidades que hay que poner en valor y desarrollar, con políticas que fomenten las iniciativas de los emprendedores, abandonando la resignación y las políticas de “sopa boba” como esos planes de empleo que son pan para hoy y hambre para mañana y que se ha demostrado no resuelven nuestros problemas y por el contrario los agravan.

Hay que conseguir entre todos que Extremadura respire, pero sin respiración asistida.   Eso pasa por abandonar la indolencia y sacar a la región del pozo en el que se encuentra. Aunque se haya avanzado mucho, y en eso tiene razón el presidente Ibarra, todavía nos queda un largo trecho por recorrer. Trabajemos todos en ello para que Extremadura deje de ser, la pobre y pueda respirar por sí misma.

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