viernes, 21 de mayo de 2021

 

DE AQUELLOS POLVOS, ESTOS LODOS

En 1975 cuando España era la potencia administradora del Sáhara Occidental y esta área africana era una provincia española, tuvo lugar, impulsada por Marruecos, la Marcha Verde. España no repelió la marcha y se produjo la salida de los españoles deprisa y corriendo de aquel territorio, dejando que Marruecos lo invadiera y expulsara a los saharauis de sus tierras, persiguiéndoles por el desierto, causando a este pueblo una terrible mortandad y sufrimientos y transterrándolo a la hamada desértica argelina. Acogidos por Argelia en campos de refugiados cercanos a la ciudad de Tinduf, desde hace 46 años sobreviven allí unas 200.000 personas en condiciones durísimas esperando un referéndum, aprobado por resoluciones de la ONU, que nunca llega.

Los saharauis se encuentran distribuidos en el desierto en cuatro wilayas o asentamientos principales: Aaiún, Auserd, Dajla y Smara y en la capital administrativa Rabuni, constituyendo la denominada República Árabe Saharaui Democrática (RASD) reconocida ya por 80 países.

Allí las condiciones de vida son extraordinariamente difíciles debido a la dureza del clima desértico, a la aridez e improductividad de las tierras y a la carencia de medios y en ocasiones hasta de los alimentos precisos, a pesar de la ayuda que presta el ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) y que es, a todas luces, insuficiente.

España nunca ha reconocido a la RASD ni oficialmente proporciona apoyo a los campos de refugiados. Algunas comunidades autónomas españolas y ONGs (Amigos del Pueblo Saharaui) sí que tienen programas de ayuda, para hacer un poco más fácil la vida en el desierto. Tuve oportunidad de conocer estos campos con motivo de un proyecto agrícola que desarrolló allí la Junta de Extremadura y que tuve el honor de coordinar.

Por eso conozco bien las duras condiciones de vida que se dan allí y he tratado a alguno de sus dirigentes: Bucharaya Beyoun o Abdelkader Mohamed que fueron primeros ministros durante mi estancia en los campos, personas nobles, luchadoras por la libertad de su pueblo y la recuperación de sus tierras arrebatadas por los marroquíes.

Importantes intereses de adineradas familias españolas en Marruecos, propiciaron en 1975 nuestra salida del Sáhara, con el rabo entre las piernas, a raíz de la Marcha Verde dejando la iniciativa a los alauitas y el territorio en su poder y a los saharauis habitantes de aquellas tierras tirados en el desierto en unas condiciones de vida lamentables.

Marruecos ha seguido chantajeando a España en el tema saharaui, exigiéndole poco menos que un reconocimiento de su soberanía sobre lo que fue provincia española y criticando cualquier atisbo de solidaridad con los refugiados saharauis, con la amenaza de mandar oleadas de emigrantes ilegales si no se atienden sus exigencias, cosa que ya han hecho en Ceuta, Melilla y las Canarias en diversas ocasiones.

Buscando cualquier justificación para armarla esta vez ha sido el tratamiento humanitario por enfermedad dispensado por España a Brahim Galli, alto dirigente saharaui y del Frente Polisario hospitalizado en Logroño, lo que ha desencadenado una invasión de 8.000 marroquíes que han entrado a saco en Ceuta, en un episodio que recuerda como un calco lo que fue la Marcha Verde. Más de mil menores usados como escudo protector han formado parte de la operación dirigida y auspiciada por Marruecos. Que por cierto y como casi siempre pasa ha cogido desprevenido al gobierno español y a su presidente, empeñados en resolvernos la vida para el año 2050, con lo que hay que arreglar en España en el momento presente.

Cuando escuché a Pedro Sánchez decir que lo de Ceuta era una crisis humanitaria, me quedé perplejo. Una crisis humanitaria no fue lo provocado por Marruecos en Ceuta. Sería una crisis diplomática o política, pero no humanitaria. Ha sido una agresión a la soberanía española que exige una respuesta firme. Estaba todo previsto y perfectamente organizado y la policía marroquí abriendo las puertas a una invasión que ponía en juego la vida de muchas personas. Pero el rey alauita como su padre Hassan II es experto en las lides de lanzar a su pueblo a la aventura y le importa un rábano las consecuencias de muertos que puedan producirse entre sus gentes.

Pedro Sánchez, al menos esta vez, reaccionó a tiempo y se presentó con presteza en Ceuta y Melilla para tranquilizar y dar seguridad a la población. Y supongo que para dar a entender a Marruecos que no aceptaba el chantaje. Eso sí con poca firmeza, de forma tibia y regalando al alauita 30 millones de euros para que frenase la emigración. Paradojas de la vida. Y de la debilidad de un gobierno a cuya ministra de Asuntos Exteriores parece que le viene el cargo bastante ancho y no se ha enterado todavía de lo que son los marroquíes. La ministra de Defensa sí que ha entendido lo que ha pasado.

España tiene muchos más intereses en Marruecos: empresas mixtas, capitales españoles, empresas exportadoras, pesca, que con los pobres saharauis arrumbados en el desierto. Pero un país como España no puede permitir más chantajes a su vecino del sur. Ni seguir despreciando la causa saharaui.

España tiene la libertad de atender sanitariamente a quien considere oportuno sea por razones humanitarias o de otra naturaleza. Y no a quien le guste o le deje de gustar a Marruecos. Y ha de dar cumplida respuesta a la agresión sufrida en Ceuta propiciada por un sátrapa que vive en la edad media. Si no lo hace pagará las consecuencias. Y esas son Ceuta, Melilla y Canarias. Y veremos si no se animan a por la mezquita de Córdoba. Ahora que tienen el apoyo de los yanquis, con los que nuestro gobierno mantiene débiles relaciones, otro craso error diplomático, y además están rearmando su ejército con la ayuda de los americanos.

 

 

 

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