UN FARO DE EXCELENCIA Y TALENTO
Me
gusta contemplar a través de la televisión la ceremonia de entrega de los
premios Princesa de Asturias (antes Príncipe de Asturias) que tiene lugar cada
año en la ciudad de Oviedo. Organiza este evento la Fundación Princesa de
Asturias y el mismo cuenta con la presencia de los reyes, de la reina madre
Sofía y de la princesa que da nombre a los premios.
Este
año bajo estrictas medidas de seguridad y una drástica reducción del aforo como
consecuencia de la Covid 19, ha tenido lugar la cuadragésima edición. Por razones
sanitarias la ceremonia ha cambiado de escenario: del monumental Teatro
Campoamor en donde se celebra regularmente, se ha trasladado al recoleto marco
del Hotel La Reconquista. Las especiales circunstancias originadas por la
pandemia que afecta a la mayoría de los países, han impedido la presencia física
de varios de los galardonados, que sí han podido intervenir telemáticamente.
Me
agrada sobremanera presenciar la ceremonia de entrega de los premios Princesa
de Asturias, porque me proporcionan un balón de oxígeno, una ráfaga de
optimismo, al descubrir la excelencia y el talento de los premiados, en
contraste con tanta vulgaridad e incultura como imperan hoy en la sociedad
española.
Los
galardones otorgados premian el esfuerzo, la dedicación, el sacrificio y la
constancia de los distinguidos con los premios y recompensan dilatadas trayectorias
profesionales de entrega y de lucha en la consecución de unos objetivos literarios,
culturales, científicos, técnicos, sociales o deportivos por parte de los
distinguidos con estos prestigiosos premios.
He
de confesar que siento una sana envidia de los premiados y reconozco que me
hubiera gustado ocupar su lugar porque ello habría significado que mi actividad
profesional o humana habría sido altamente valorada por la sociedad. Luego bajo
a la tierra y pienso que es imposible mi sueño. Pero soñar no cuesta dinero. Y los
sueños, sueños son, que escribiera Calderón de la Barca.
Cuando
se detallan las trayectorias profesionales o humanas de los premiados uno
siente en su interior la necesidad de emularlos y, a mí por lo menos, me sirven
de acicate para mejorar el trabajo o las actividades personales y sociales que
uno lleva a cabo a lo largo de su vida diaria. Creo que muchas personas
experimentarán la misma sensación.
Estos
premios son como una isla donde habitan la excelencia y la inteligencia, la
cual emerge dentro de un océano social cada vez más inculto, adocenado, aborregado
y conformista, más mediocre en mi opinión, en el que los valores del trabajo
denodado, del esfuerzo y de la dedicación, en muchos casos altruista, están
desapareciendo a ojos vista.
Afortunadamente
no toda la sociedad camina por esas sendas de la indolencia y la vulgaridad.
Hay muchos profesionales que en su trabajo demuestran su entrega y dedicación y
aportan su talento para hacer una sociedad mejor. Pero la mayor parte de una
masa social amorfa y aborregada abducida por el dinero como valor casi
exclusivo, no sigue sus pasos.
Esta
sociedad decadente en cuanto a valores tradicionales, es el reflejo del daño que
políticos de pocas luces con sus erróneas decisiones están infligiendo a la
misma. Me refiero a un aspecto fundamental para ella: la educación.
Los
políticos están tomando decisiones en materia educativa que son la causa de la
desidia, la dejadez y la mediocridad que predominan en nuestra sociedad. Los
planes educativos van degenerando a lo largo del tiempo, ya que cada vez se
exige menos esfuerzo al discente. Yo recuerdo mi plan de estudios del año 57 que
constaba de ingreso, seis cursos de bachillerato con dos reválidas, el curso
preuniversitario y en carreras técnicas superiores como la que yo cursé, un
curso selectivo, otro de iniciación y cinco cursos, tres de ellos de especialidad.
Era una prueba de obstáculos que exigía un esfuerzo importante del alumno para
superar las distintas asignaturas. Entonces se limitaban las convocatorias y se
trataba de igualar al alumno en un nivel superior, lo que exigía constancia,
estudio y dedicación para poder alcanzarlo. Ni que decir tiene que los docentes
estaban investidos de la autoridad necesaria para poder imponerse al alumnado.
Y además los padres colaboraban con ellos.
Hoy
día los nuevos planes tanto el vigente como el que se avizora en un futuro
próximo, se basan en una reducción continuada del esfuerzo que ha de realizar
el alumno para poder asimilar y dominar los conocimientos en las diversas
materias, que son la base de su actuación profesional futura. Cada vez se
tiende más a igualar por abajo. Se considera que el alumno menos capacitado ha
de ser el referente, cuando el progreso está en tratar de igualar con el alumno
más aventajado. La última ocurrencia es la de que se otorgará a los alumnos el
título de bachillerato, aunque en sus notas haya varios suspensos.
Parece
que tratan de construir una sociedad medio analfabeta y en consecuencia fácil
de manejar y adoctrinar, de modo que asuma el pensamiento único que se le
inculca sin posibilidad intelectual de rebatirlo y de esta manera poder ser
manipulada “democráticamente” por los políticos para poder seguir viviendo
ventajosamente a su costa.
Todo
lo contrario de lo que significan los premios Princesa de Asturias, que tratan de
recompensar y destacar la grandeza y el prestigio de todos aquellos
profesionales de talento, gracias a los cuáles las sociedades progresan. Por
eso me gustan estos premios. Son como un faro luminoso de optimismo, de
excelencia y de inteligencia que contrasta con la mediocridad reinante.
Pues en vuestras manos está frenar la mediocridad. Los ciudadanos de base hemos puesto esa responsabilidad en vuestras manos, pero no parece que estéis por la labor. Y no basta con un elogiable srtículo en tu blog, con eso no vamos a ninguna parte
ResponderEliminarMagnifico José Ignacio.Muy bien reflexionado.Totalmente de acuerdo con todo tu comentario.
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