EL
AGUA Y EL SECTOR AGROALIMENTARIO
España
es un país que todavía conserva, confío en que, por mucho tiempo, un sector
agroalimentario potente. En muchas regiones españolas se dan las condiciones
adecuadas para poder mantener una destacada actividad agroalimentaria. Un clima
benigno, suelos adecuados y agua regulada en cantidades suficientes hacen de
España una gran despensa lista para alimentar a los ciudadanos españoles y a
los turistas que nos visitan. Todavía restan recursos para que el sector
agroalimentario sea uno de los principales exportadores en nuestro comercio
exterior, contribuyendo de esta forma a mejorar nuestra balanza comercial.
El
carácter estratégico de nuestro sector agroalimentario, incluye tanto la
agricultura, ganadería y montes como la industria agroalimentaria, se ha puesto
de manifiesto a lo largo de la pandemia provocada por el virus SARS – CoV – 2, conocida
como coronavirus o Covid 19, en la que todo el sector ha respondido con
presteza y eficacia para asegurar el abastecimiento alimentario a la población
española. Sin la existencia de este potente sector, es altamente probable que
hubiera tenido lugar el desabastecimiento de alimentos en los mercados españoles.
Y las condiciones de la pandemia se hubieran vuelto todavía más complicadas
para los ciudadanos.
Pues
bien, parece que hay determinados estamentos del gobierno que desprecian la
importancia de este sector y lo consideran como un elemento poco menos que
residual. Piensan que con la Política Agraria Común (PAC) de la UE todo está
resuelto. Y esto no es así. La PAC es un parche que cada día se revela más
inútil para mantener la viabilidad de unas explotaciones agrarias que tienen
que hacer frente a precios de venta estabilizados desde hace años y costes de
los insumos en continuo aumento.
Como
casi todos los españoles saben, el clima de tipo mediterráneo que rige en la
mayor parte de España: toda menos la cornisa cantábrica y Galicia, hace
imprescindible el uso del agua para la producción de cultivos en el período
seco, entre mayo y octubre, y en los cultivos forzados de invierno.
Como
consecuencia de todo esto y del clima existente, España ha necesitado regular
agua en la importante red de embalses construida, para acumular los excesos de
agua que se producen en los períodos lluviosos y utilizarlas en los períodos secos.
En régimen natural, si no existieran los embalses, sólo podríamos regular un 9
% de la precipitación que llueve sobre España; con nuestra red de embalses
estamos en más del 50 % de regulación. Excuso decirles que, sin esta regulación
artificial, tan denostada por algunos que apoyan la nueva ¿cultura? del agua,
en España las pasaríamos canutas para comer y beber. Y el turismo estaría
reducido a la mínima expresión.
Gracias
a esta red de acumulación de agua podemos mantener en España unos 3,7 Millones
de hectáreas de riego, que además de generar importantes rentas y empleo, fijan
la población en el territorio, suministran productos a la industria
agroalimentaria, mejoran nuestra balanza comercial exterior y son un elemento
de mitigación del cambio climático al actuar sus superficies cultivadas como
sumideros de CO2.
Los
regadíos, la parte del sector agroalimentario que más agua utiliza, lo hace en
aproximadamente un 75 % del agua que se consume anualmente en España. Cada vez
usa menos porcentaje del total porque los regadíos han sido objeto de un
proceso de modernización muy intenso, con el fin de mejorar la eficiencia en el
uso del agua. En la actualidad más de 2 millones de hectáreas ya se riegan por
métodos de alta eficiencia (goteo y otros). Y el proceso de modernización
continúa pues los regantes y sus Comunidades son los primeros interesados en
que el regadío sea sostenible.
Pero
a los talibanes del ambientalismo, todo esto les parece poco, y pretenden, al
parecer, que los regadíos se reduzcan a la mínima expresión. Para ello son
continuas las cortapisas ambientales que se les ocurren en un proceso de permanente
agresión al sector del riego y por tanto al agroalimentario.
Sus
maniobras son variopintas: por ejemplo, establecer durante todo el año caudales
ecológicos para mejorar el estado de las masas de agua, cuando el caudal
natural de la mayoría de los ríos españoles en verano tiende a cero. Por lo que
estos caudales ecológicos en estiaje hay que suministrarlos desde los embalses reduciendo,
en consecuencia, la garantía de los usos económicos, principalmente del
regadío.
No
contentos con la hazaña pretenden, amparados en la Directiva Marco del Agua
(DMA), incrementar los costes del agua para el regadío y los otros usos, estableciendo
nuevos cánones ambientales, pero sin tener en cuenta las cautelas que también
establece la DMA, para casos en que se produzcan perjuicios sociales. Este
apartado lo soslayan.
Toda
esta estrategia es muy bien recibida por el Ministerio de Transición Ecológica
y el Reto Demográfico, en donde se ubican varios funcionarios y asesores que
defienden tesis ambientalistas y la presión sobre el regadío. Pretenden
introducir estas malhadadas ideas en la redacción de los futuros planes
hidrológicos. Lo cual puede afectar muy negativamente al riego y de paso al
sector agroalimentario.
Veremos
en qué termina la redacción de estos planes. Si van a por los regadíos se
producirá además de la protesta y el enfrentamiento con los regantes, nuestro
desabastecimiento agroalimentario en el futuro y pasaremos a depender del
exterior en otro aspecto más. Y España seguirá hundiéndose, despoblándose y
perdiendo fuerza y competitividad en el contexto internacional.
Pero
esto es lo que hay. Al menos de momento. Espero que la sensatez se imponga.
Pero tengo serias dudas.
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