domingo, 21 de abril de 2019


SEMANA SANTA: RECUERDOS DE ADOLESCENCIA

Como ya tengo una edad provecta mi adolescencia tuvo lugar cuando el nacional catolicismo en España estaba en su apogeo, circunstancia que no hay que olvidar.La sociedad española salía de una guerra civil que fue muy desgraciada para todos los españoles sin exclusión. Un desastre que no debería volver a repetirse nunca más.

Por aquel tiempo la religiosidad los inundaba todo. Y especialmente era patente durante la Semana Santa, cuyas celebraciones: Santos Oficios y procesiones desde el Domingo de Ramos al de Resurrección ocupaban una buena parte del tiempo de los españoles. O al menos de muchos entre los que me encontraba.

Era todo muy exagerado. Las imágenes de los templos se cubrían con paños morados que era el color que simbolizaba la penitencia inherente al tiempo de la Pasión de Cristo. En las celebraciones litúrgicas la campanilla, símbolo de alegría, era sustituida por una matraca o carraca de sonido grave como correspondía a este tiempo de tristeza.

Había un ambiente distinto al resto del año que se traducía en la introspección de las personas y se palpaba un gran abatimiento.

Música con sordina en los locales públicos, en los receptores de radio el sermón de las Siete Palabras y las salas de cine o bien cerradas o proyectando películas de ambiente religioso: La Túnica Sagrada, El Beso de Judas o Quo Vadis? hacían de la  Semana Santa una época especial del año. Se compensaba tanta tristeza con el hecho de las vacaciones de las que disfrutábamos los escolares.

La Semana Santa se convertía a causa de tanta religiosidad en un tiempo de reflexión personal sobre el rumbo que habían tomado nuestras vidas, de arrepentimiento de nuestros pecados y de penitencia por ellos.

Los desfiles procesionales reunían una gran cantidad de penitentes que portando cirios  acompañaban a los pasos durante el recorrido de la procesión, así como de espectadores que llenaban calles y plazas, balcones y terrazas, quienes guardaban un silencio sepulcral cuando una saeta rasgaba con sus notas la noche en calma.

En Plasencia donde transcurrió mi adolescencia tenía su guarnición el Regimiento de Órdenes Militares número 37. Las fuerzas armadas integradas en el mismo custodiaban los pasos durante las procesiones y una compañía y banda de música acompañaba al final al cortejo. Terminado el acto los militares desfilaban con gran marcialidad rumbo a su cuartel entre los aplausos de los asistentes. Los gastadores abrían camino al son de marchas militares que con su ritmo sincopado enervaban los ánimos de la población.

Las celebraciones tenían su máximo esplendor en la liturgia de Gloria que se celebraba en la catedral de Plasencia, comenzando el sábado antes de la medianoche y culminando cuando el Domingo anunciaba la Resurrección de Nuestro Señor.

Era oficiada por el prelado de la diócesis placentina, en aquellos tiempos ocupada por un navarro de mucha categoría: Don Juan Pedro Zarranz y Pueyo acompañado del Cabildo Catedralicio en pleno que oficiaban una misa de gran solemnidad y extensa duración.

Un elevado número de fieles, que abarrotaba el templo, asistían embelesados a la ceremonia religiosa. El cénit de la misma se alcanzaba cuando Don Román el magnífico organista de la catedral, según se decía seguidor empedernido del Real Madrid, interpretaba en el suntuoso órgano catedralicio la Tocata y fuga en re menor de Juan Sebastián Bach.

Sus notas cuya resonancia alcanzaba las inmensas bóvedas del templo placentino ponían el vello de punta a los espectadores, que acudían año tras año sólo por el placer  de escuchar esta magistral interpretación.

Culminada esta liturgia de Gloria con el Aleluya la alegría volvía a las calles y plazas de las ciudades que recuperaban su actividad. Jesús había resucitado y el personal que se había arrepentido de sus pecados en la Semana Santa, volvía a las andadas para seguir cayendo en la tentación del Maligno. Y así un año y otro.

Muchos tiempo después y a pesar de los sensibles cambios que la sociedad española ha experimentado, ahora estamos en una democracia que ha costado mucho conseguir, observo que a las celebraciones de la Semana Santa siguen acudiendo millones de fieles en toda España, que en muchos casos tratan de buscar en la devoción a las imágenes que desfilan un asidero por si el más allá existe de verdad.

Salvo algunas exageraciones propias de aquellos tiempos del nacional catolicismo el proceso de la Semana Santa es muy similar ahora al existente cuando yo era un adolescente. Hay pocas diferencias de fondo. Es casi lo mismo.

Hay un sector de la población que desde posiciones políticas anticlericales trata de borrar las Semana Santa del panorama nacional. Pero a la vista de los acontecimientos lo van a tener crudo. Porque la Semana Santa está arraigada en el corazón de muchos españoles. Aunque ahora nos vayamos de vacaciones. Al menos eso creo yo.

Precisamente la Semana Santa y un viaje durante ella, han sido la causa del retraso de esta publicación. Reitero las gracias a los lectores por el tiempo que me dedican.


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