LAS
DIPUTACIONES PROVINCIALES ¿SON NECESARIAS?
Cuando
se redactó y promulgó nuestra Constitución de 1978 que consagró en España el
Estado de las Autonomías, se cometió en mi opinión un serio error. Fue el de mantener
las diputaciones provinciales con carácter general y suprimirlas únicamente en
las autonomías uniprovinciales no forales: Asturias, Cantabria, La Rioja,
Madrid y Murcia. En estas comunidades autónomas las funciones de las
diputaciones fueron asumidas por la administración autonómica correspondiente.
Sin que se produjese el más mínimo problema.
¿Por
qué no se hizo igual con el resto de las comunidades autónomas que abarcan más
de una provincia? Se argumentó con un razonamiento ciertamente endeble: al
existir varias provincias en dichas autonomías podrían verse deterioradas las
actuaciones de ayuda a la gestión económica – administrativa de los municipios
menores de 20.000 habitantes.
Como
lo que se pretendía en nuestra Carta Magna era dar forma a un nuevo estado
autonómico y descentralizado, las diputaciones provinciales sobraban porque
llevan a cabo actuaciones que se superpondrían con las de la nueva administración
autonómica, lo que daría lugar a un encarecimiento del modelo administrativo.
Habría
sido suficiente con crear una Consejería de Administración Local en el
organigrama autonómico para que asumiese las funciones de las diputaciones y al
tiempo transferir los empleados de estos entes a la estructura de la administración
autonómica en función del tipo de actividad que estuviesen realizando. Seguro
que los problemas suscitados habrían sido de mucha menor envergadura que los
que hubo que solventar con la transferencia de los funcionarios de la
Administración del Estado a la Administración Autonómica.
Las
diputaciones provinciales existen en España desde 1836 y han llevado a cabo una
labor encomiable de ayuda a los municipios para resolver problemas que, por sus
dimensiones, les superarían sobre todo a los más pequeños. Pero cuando surge la
figura de la Comunidad Autónoma y existe además la posibilidad de que se creen
Mancomunidades de varios ayuntamientos para la prestación de servicios básicos,
la permanencia de las diputaciones provinciales no tiene ningún sentido ni
administrativo ni económico. Un modelo con cuatro administraciones en el territorio:
ayuntamientos y mancomunidades, diputaciones, autonomía y estado resulta ser
altamente oneroso.
Los
defensores de su continuidad se encuentran en el ámbito político – los que más
han elevado su protesta ante su posible desaparición han sido precisamente los
actuales presidentes - pues estas
instituciones sirven de refugio a personajes públicos que o bien pertenecen a
un partido que habiendo perdido las elecciones generales encuentran allí acomodo o bien habiéndolas
ganado les permite acceder a algunos sillones con bastante poder lo que siempre
es del agrado de los políticos profesionales. En conclusión, suelen ser
partidarios acérrimos de su continuidad aquellos que viven un año tras otro de
la cosa pública, porque no tienen otro oficio, ni beneficio, que pueda
proveerles de ingresos ni de lejos parecidos a los que perciben en esos
puestos.
Por
eso son contrarios a su desaparición, ya que no se paran a pensar los costes
que su mantenimiento puede ocasionar al erario público. Gasto por otra parte
innecesario pues sus competencias puede desarrollarlas a la perfección la
administración autonómica que cuenta con mejores medios y tiene la posibilidad
de lograr unos efectos sinérgicos mucho más importantes.
Pongo
un ejemplo. La red viaria local de tercer orden en la que son competentes las
diputaciones provinciales puede transferirse sin ningún menoscabo a la
Comunidad Autónoma que la integrará en su red de carreteras sin el menor
problema. Los funcionarios que prestan servicio en la diputación en esta
materia, pasarán a la correspondiente consejería competente en carreteras, a la
que podrán seguir aportando los conocimientos que tienen en este tipo de infraestructuras,
manteniendo sus derechos en igualdad con el de los otros funcionarios que hacen
trabajos similares.
Y
así con el resto de las competencias ¿Dónde está pues el problema? Radica como
siempre en los políticos que prefieren mantener sus poltronas y sus
privilegios. No se olvide que una provincia de hasta 500.000 habitantes
mantiene 25 diputados y de 500.000 habitantes hasta 1 millón, 27.
En
el caso de Extremadura habría que seguir sosteniendo dos sedes presidenciales,
dos presidentes y cincuenta diputados provinciales con la parafernalia de
remuneraciones, edificios, vehículos e infraestructura que conllevan.
Se
cometió un grave error en nuestra Carta Magna de 1978 y ahora sería conveniente
rectificarlo. Ya veremos si se puede. Me temo que no será fácil.
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